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Max Lucado

El Sedán Familiar de la Fé

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Realizó pocas proezas extraordinarias, si consideramos que se trataba de un lanzador extraordinario. Si bien fue un veterano de veintiuna temporadas, en una sola logró ganar más de veinte partidos. Nunca lanzó en un partido en que no hubiera golpes, y solamente una vez era el primero en la liga de béisbol en alguna categoría. (2.21 ERA, 1980)

Pero el 21 de junio de 1986 él, Don Sutton, alcanzó la altura de los verdaderamente legendarios dentro del béisbol al ocupar un lugar histórico entre los treinta lanzadores que ganaron 300 partidos.

El análisis que él mismo hace de su éxito merece tenerse en cuenta.
Se describe a sí mismo como persistente y mecánico. Nunca me considerare brillante ni sobresaliente. “Simplemente toda mi vida encontré la forma de que la cosa se hiciera.”

Y lograba que la cosa se hiciera. Durante dos décadas, seis periodos presidenciales y cuatro traslados, con tesón hizo lo que se espera de un lanzador: ganar partidos. Con la devoción de quién tiene un solo propósito, definió la grandeza a través de veintiuna temporadas.

Se le ha llamado “el sedan familiar “entre todos los lanzadores. La analogía es adecuada con este vehículo lento pero seguro. El no se vanagloriaba, por cierto, de un estilo deportivo de tipo Ferrari, como Sandy Koufax; sin embargo, después que esos modelos quedaron parados en museos o garajes, Don Sutton estaba aún en el estadio.

Esto nos recuerda una cualidad que es el denominador común en cualquier clase de grandeza: La confiabilidad.

Es la característica básica del logro. Es el ingrediente que comparten los jubilados, los galardonados por fama, y las bodas de oro. Es la cualidad que produce, no a héroes de una ocasión, sino monumentos a una vida.

La Biblia tiene una cantidad de campeones de la lealtad. Sólidos y confiables, estos santos eran acicateados por una intima convicción de que habían sido llamados nada menos que por Dios mismo.

La Biblia tiene una cantidad de campeones de la lealtad. Sólidos y confiables, estos santos eran acicateados por una intima convicción de que habían sido llamados nada menos que por Dios mismo. Su obra no se vio afectada, como resultado, por estados de ánimo, días grises o peñascos en el sendero…

El gráfico de su ejecución no sube y baja con la irregularidad de la montaña rusa de los parques de diversiones. No eran adictos a homenajes o aplausos, ni los detenían los jefes gruñones ni las billeteras vacías. En vez de luchar por ser un espectáculo, su aspiración era ser una persona con quién se pudiera contar y confiar. Y porque su comodidad no era la condición de su lealtad, fueron tan fieles en prisiones oscuras como en púlpitos iluminados.

Siervos de confianza. Son la armazón de la Biblia. Sus hechos rara vez se relatan y sus nombres se mencionan pocas veces. Sin embargo si no fuera por su devoción constante a Dios, muchos hechos grandiosos nunca hubieran ocurrido. He aquí algunos ejemplos.

Andrés no pronunció el discurso principal en la campaña de Pentecostés. Probablemente no haya estado sobre la plataforma, ni en el programa, ni en la comisión organizadora. Pero de no haber estado Andrés bien plantado algunos años atrás, el poderoso orador Pedro podría haber sido todavía el impulsivo pescador, y nada más que eso.

A Andrés se le menciona un número sorprendentemente limitado de veces, considerando que era un apóstol. Sin embargo, cada vez que se le menciona está haciendo la misma cosa: Presentando a alguna persona a Jesús. Sin luces, sin púlpitos, sin entrevistas, pero con un epitafio digno de consideración. (Jn. 1:42; 6:8,9; 12:21,22).

También estaría en la lista Epafrodito. “Epa-¿Qué?” dirá. Pregúntele al Apóstol Pablo. El le dará notables referencias en cuanto a su carácter. (Fil. 2:25-30; 4:18)
Para describir a este tipo de nombre raro, Pablo uso Palabras más sucintas como: hermano, colaborador, compañero de milicia, mensajero. No se ganan elogios como esos participando algunas veces en programas juveniles o apareciéndose el día que la iglesia sale de excursión. Estas felicitaciones se ganan a través de años y lágrimas.

Pero la alabanza más distinguida que Pablo dedica a Epafrodito se expresa en las palabras siguientes: “por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida.” Puede usted estar seguro de que Pablo, que sabía lo que era morir por una causa, no hablaba de “sacrificio” como de algo natural.

Luego de escribir esa frase, se habrá recostado contra la pared de la prisión sonriendo al recordar a su viejo compañero de camino: Epafrodito.

Su cabello es gris. Su piel está arrugada. Su mano tiembla al tocar la cara de un niñito. Pero sus palabras no dan indicios de senilidad. “Este es. Es el Mesías.” Ana lo sabía. Había estado orando y ayunando durante ocho décadas a la espera de este día.

Los siervos fieles tienen su modo de reconocer la respuesta a una oración cuando la obtiene, y su característica es no ceder esta obtenerla.

Confiable. Confiable implica responsabilidad. Significa que responde a la confianza de uno vez tras vez.

Me pregunto si este mensaje ha llegado a las manos de algunos de los santos confiables de la actualidad. Si tal fuera el caso, no podría resistirme a la oportunidad de decir un par de cosas.

¿La primera?
Gracias.
Gracias, santos de más edad, por toda una generación de oración y de abrir paso en la selva.

Gracias maestros por las innumerables lecciones de La Biblia, preparadas y entregadas con ternura.

Gracias, misioneros, por anunciar la verdad intemporal en un idioma extranjero.
Gracias, predicadores. Pensaban que nosotros no los escuchábamos, pero sí escuchábamos. Y su tenaz siembra de la semilla de Dios está gestando frutos que quizá ustedes no lleguen a ver desde este lado de la gran cosecha.

Gracias a todos los que practican los lunes lo que oyen los domingos. Han pasado horas de altruismo con huérfanos, con máquinas de escribir, con comisiones que deliberan, sobre las rodillas. En las salas de hospitales, lejos de sus familias, o en líneas de montaje. El evangelio cabalga sobre el lomo de su fidelidad.

Gracias por ser los “sedanes familiares” de la sociedad. Como esos sólidos automóviles de cuatro puertas, a los que se pueden acudir en las mañanas frías y que arrancarán y harán el trabajo necesario, se le puede enviar por caminos en mal estado y llegarán puntualmente, pueden recorrer kilómetros sin las caricias de un buen lustre y sin el lujo de la afinación y nunca se quejan.

Ustedes logran que las cosas se hagan. Y que nos inspiremos.
Dije que tenía dos cosas que decirles. ¿Cuál es la segunda?
Continúen lanzado así la pelota. El premio en la galería de la fama está muy próximo.

Max Lucado

Max Lucado, nacido en Estados Unidos en 1955, es un escritor cristiano superventas y ministro escritor y predicador en la Iglesia Oak Hills Church of Christ en San Antonio, Texas. Max Lucado ha escrito más de 50 libros, sumando 80 millones de copias impresas. Tres de las obras de Max Lucado han sido galardonadas con el Charles Kip Jordon Gold Medallion Christian Book of the Year (Como Jesús, En manos de la gracia y Cuando Dios susurra tu nombre), apareciendo en las listas de los libros más vendidos. En el año 2005 Max Lucado fue nombrado El Mejor Predicador de América por la revista Reader's Digest

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