Max Lucado
El Toque de Dios, un Corazón Compasivo
¿Puedo pedirle que se mire la mano por un momento? Mire el envés, después la palma.Vuelva a familiarizarse con sus dedos. Pase su pulgar por sus nudillos.
¿Qué tal si alguien filmara un documental de sus manos? ¿Qué tal si algún productor quisiera contar su historia basándose en la vida de sus manos? ¿Qué vería? Como con todos nosotros, la película empezaría con un puño infantil, luego una vista en primer plano de una pequeña manita sosteniéndose del dedo de la mamá. Después, ¿qué? ¿Sosteniéndose de una silla cuando usted aprendía a andar? ¿Sosteniendo una cuchara cuando aprendía a comer?
No pasa mucho tiempo en el drama antes de que vea su mano mostrando afecto, acariciando la cara del papá o al perro. Tampoco pasa mucho tiempo para que vea su mano actuando agresivamente: empujando a su hermano mayor, o arrebatando un juguete.
Todos nosotros aprendemos que la mano es muy apropiada para la supervivencia; es una herramienta de expresión emotiva. La misma mano puede ayudar o lastimar, extenderse o hacerse puño, levantar a alguien o empujarlo para que caiga.
Si le muestra ese documental a sus amigos, usted se sentirá orgulloso de algunos momentos: su mano extendiéndose con un regalo, poniendo un anillo en el dedo de otra persona, curando una herida, preparando una comida o plegadas en oración. Pero también hay otras escenas.
Cuadros de dedos acusadores, puños crispados. Manos que toman más de lo que dan, exigiendo en lugar de ofrecer, lastimando en lugar de amar. Ah, el poder de nuestras manos. Déjelas sin control y se convierten en armas: agarrando para el poder, estrangulando para sobrevivir, seduciendo por el placer.
Manejadas bien nuestras manos llegan a ser instrumentos de gracia: no solo instrumentos en las manos de Dios, sino las mismas manos de Dios
Pero manejadas bien nuestras manos llegan a ser instrumentos de gracia: no solo instrumentos en las manos de Dios, sino las mismas manos de Dios . Ríndalas y esos apéndices con cinco dedos se convierten en las manos del cielo.
Eso fue lo que Jesús hizo. Nuestro Salvador rindió por completo sus manos a Dios. El documental de sus manos no tiene escenas de codicia acaparando, ni dedos señalando sin base. Lo que sí tiene, es una escena tras otra de personas que anhelan fervientemente su toque compasivo: padres llevando a sus hijos, el pobre trayendo sus temores, el pecador llevando a hombros su aflicción. Cada uno que viene recibe el toque. Cada uno que es tocado cambia. Pero ninguno fue tocado o cambiado más que un leproso anónimo según Mateo 8 .
Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante Él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos ( Mateo 8.1–4 ).
Marcos y Lucas escogieron contar la misma historia, pero, con las debidas disculpas a los tres escritores, debo decir que ninguno dice lo suficiente. Conocemos de la enfermedad del hombre, y su decisión, pero, ¿qué de lo demás? Se nos deja con preguntas. Los escritores no dan el nombre, ni la historia, ni descripción alguna.