¿Podemos decir: «Mi Señor y mi Dios»?
Seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. (2 Corintios 6:16)

Qué título más hermoso: «¡Mi pueblo!». Qué revelación más animadora: «¡El Dios de ellos!». Cuánto significan estas dos palabras: «¡Mi pueblo!». Aquí hay especialidad. El mundo entero es de Dios. El cielo, aun el cielo de los cielos es del Señor, y Él reina en medio de los hijos de los hombres.
Pero de aquellos a quienes ha elegido y ha comprado para sí, dice lo que no dice esta palabra está encerrada de otros: «Mi pueblo». En esta palabra está encerrada la idea de propiedad. En una manera especial la «porción de Jehová es su pueblo; Jacob es la suerte de su heredad».
Todas las naciones que están sobre la tierra son suyas; el mundo entero está bajo su poder; y sin embargo, su pueblo, sus escogidos, son más particularmente su posesión, pues Él ha hecho por ellos más que por los otros.
Él los ha comprado con su sangre; los ha llevado cerca de Él; ha puesto sobre ellos su gran corazón; los ha amado con amor eterno, un amor que no será apagado por las muchas aguas y que las revoluciones de los tiempos no podrán disminuirlo en el más mínimo grado.
Querido amigo, ¿puedes por fe verte en aquel número? ¿Puedes mirar al cielo y decir: «Mi Señor y mi Dios: mío por aquel agradable parentesco que me autoriza a llamarte Padre; mío por aquella santificada comunión que me gozo en mantener contigo, cuando te place manifestarte a mí, como no lo haces con el mundo»?
¿Puedes leer el Libro Revelado y hallar allí los documentos de tu salvación? ¿Puedes leer tu título escrito con preciosa sangre? ¿Puedes, por humilde fe, prenderte de las vestiduras de Jesús y decir: «Mi Cristo»? Si puedes, entonces Dios dice de ti y de otros como tú: «Mi pueblo», pues si Dios es tu Dios y Cristo es tu Cristo, el Señor tiene para contigo una especial y peculiar merced; eres el objeto de su elección, acepto en su Hijo amado.