Otoniel Font
Agarra tu Milagro
En el capítulo 2 del libro de Joel, se nos habla de que, cuando Dios derramara su Espíritu, los jóvenes profetizarían. Dios lo que estaba queriendo decir era que tendrían consejo divino. Profecía no es predecir el futuro; profecía es consejo divino.
También dice que tendrían visiones, que no es otra cosa que apariciones divinas que dirigirían su vida. Y dice que los ancianos soñarían sueños, lo que quiere decir que Dios les daría oportunidades y dirección milagrosas.
Si algo debe provocar el espíritu de Dios en ti, son visiones y sueños estratégicos. De lo contrario, vas a perecer. Pero, ¿cómo comienza eso? Comienza con que alguien reciba y conciba una palabra.
Dice en el libro de Lucas, que el ángel se le apareció a María, le dio una palabra, y ella la recibió. A través de toda la biblia, la palabra de Dios es comparada con una semilla.
María recibió aquella semilla.
Y, ¿cómo saber si es una palabra o una semilla de Dios? Porque la palabra de Dios te enfrenta a lo imposible. Lo primero que María le preguntó al ángel fue: ¿Cómo va a ser esto? Y el ángel le respondió: No hay nada imposible para Dios.
Cuando Dios te provoca a dar una ofrenda, te está enfrentando a lo imposible, para que veas cómo, de poco, él puede darte mucho.
Todo lo que hace falta, es un vientre que esté dispuesto a recibir la semilla de parte de Dios. Por eso, en el libro de Hebreos, dice que Sara concibió.
Todo lo que hace falta, es un vientre que esté dispuesto a recibir la semilla de parte de Dios
Y, ¿qué es un vientre? La atmósfera perfecta donde una semilla, en lo oculto, se puede formar. Nadie sabe lo que está pasando, pero el vientre está creciendo. Nadie sabe lo que está ocurriendo, pero hay algo moviéndose.
El problema es que mucha gente piensa que recibir no requiere acción de su parte, sino que es esperar que Dios haga algo. La palabra recibir implica acción, no tan solo de parte del que da, sino también del que recibe. Si alguien te fuera a dar un regalo, tú tendrías que extender tus manos para recibirlo. No puedes quedarte inerte. Tienes que agarrarlo.
Dice la palabra que Cristo le dijo a la mujer de flujo de sangre: Mujer, tu fe te ha sanado. No le dijo “mi poder te ha sanado”, porque no fue su poder, sino la fe de aquella mujer en ese poder, lo que la llevó a agarrarlo, y la sanó.
Cuando tú vas a tu iglesia, Dios quiere darte una palabra. La pregunta es si tu espíritu y tu mente son el lugar correcto para aguantar esa palabra, y darle el tiempo suficiente, a que se forme dentro de ti.