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Max Lucado

El Calabozo de la Duda

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Era un hijo del desierto. Cara apergaminada. Piel bronceada. Vestimentas hechas de pieles de animales. Lo que poseía cabía en un bolsillo. Sus paredes eran las montañas y su techo las estrellas.

Pero ya no. Su frontera fue encerrada por paredes, su horizonte está oculto.
Las estrellas son recuerdos. El aire fresco ha sido casi olvidado. Y el hedor del calabozo recuerda implacablemente al hijo del desierto que ahora es un cautivo del rey. (Mt. 14:1-12)

Al parecer de cualquiera, Juan el Bautista se merece mejor trato que este. Al fin y al cabo, ¿No es acaso el mensajero que va delante de Cristo? ¿Acaso no es pariente del Mesías? En última instancia, ¿no es suya la valiente voz del arrepentimiento?

Pero recientemente, esa voz, en vez de abrir la puerta de la renovación, ha abierto la puerta a su propia celda de prisión.

Los problemas de Juan comenzaron cuando le llamó la atención a un rey.

En un viaje a Roma, el rey Herodes sucumbió a la seducción de la esposa de su hermano, Herodías. Decidiendo que a Herodías le convenía más estar casada con él, Herodes se divorció de su esposa y trajo a su cuñada a vivir con él. Los columnistas de chismes estaban fascinados, pero Juan el Bautista enfurecido. Saltó sobre Herodes como un escorpión del desierto, y llamó al matrimonio por su nombre: Adulterio.

Herodes probablemente lo habría ignorado. Pero no así Herodías. Esta seductora y sensual mujer no tenía intención de que quedara expuesta su condición de trepadora social. Le dijo a Herodes que quitara a Juan del circuito de conferencias y lo echara al calabozo. Herodes dio vueltas y demoró hasta que ella susurro y lo sedujo. Entonces Herodes cedió.

¿Será que a veces Dios permanece inmóvil?
¿Será que Dios algunas veces decide hacer nada?
¿Será que Dios opta por el silencio cuando estoy gritando con toda la fuerza posible?

Pero eso no fue suficiente para su amante. Hizo que su hija se paseara delante del rey y de sus generales en una fiesta. Herodes, que se dejaba engañar tan fácilmente cuando se emocionaba, prometió hacer cualquier cosa por la linda jovencita vestida con taparrabos.

– ¿Cualquier cosa?
– Lo que pidas – dijo él baboseando.
Ella consultó a su madre, que esperaba en el pasillo, luego regreso con su pedido.
– Quiero a Juan el Bautista.
– ¿Quiere una cita con el profeta?
– Quiero su cabeza—- respondió la bailarina. Y después ante un gesto afirmativo de su madre, agregó—-: Sobre una bandeja de plata, si no le molesta.

Herodes miró los rostros de los que lo rodeaban. Sabía que no era justo, pero también sabía que todos lo estaban mirando. Y el había prometido cualquier cosa. A pesar que personalmente no tenía nada contra el predicador campesino, valoraba las encuestas de la opinión públicas mucho más que la de la vida de Juan. Al fin y al cabo, ¿qué importa más… evitar hacer el ridículo o evitar la muerte de un profeta excéntrico?

La historia destila injusticia.
Juan muere porque Herodes lujuria codicia.
El bueno es asesinado mientras los malos se ríen.
Un Hombre de Dios es asesinado mientras que un hombre apasionado le hace guiños a su sobrina.

¿Es así como Dios recompensa a sus ungidos?
¿Es así como honra a sus fieles?
¿Es así como Dios corona a sus elegidos? ¿Con oscuro calabozo y una reluciente y filosa espada?

La incoherencia fue más de lo que Juan podía soportar.
Aun antes de que Herodes alcanzara su veredicto, Juan formulaba sus preguntas. Sus preocupaciones sólo eran superadas en número por la cantidad de veces que recorría su celda haciendo dichas preguntas. Cuando tuvo ocasión de enviarle un mensaje a Jesús, su inquisición expresaba desesperanza:

<>

Si la Biblia hubiese sido escrita por una agencia de relaciones públicas, Habrían eliminado ese versículo. No e una buena estrategia de relaciones pública reconocer que uno de los miembros del gabinete tiene dudas acerca del presidente. Uno no permite que se sepan historias como esa si se intenta presentar un frente unido.

Pero las escrituras no fueron escritas por agentes personales; fueron inspiradas por un Dios eterno que sabía que cada discípulo de allí en adelante pasaría tiempo en el calabozo de la duda.

Aunque las circunstancias hayan cambiado, las preguntas no.

Las mismas son formuladas cada vez que los fieles sufren las consecuencias de los infieles. Cada vez que una persona da un paso en la dirección correcta, para luego tropezar y caer de bruces, cada vez que una persona hace una obra de bien pero sufre resultados malignos, cada vez que una persona adopta una posición , pero acaba cayendo sobre su rostro… las preguntas caen como lluvia:
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<>
<< ¿Qué hice para merecer esto?>>
<< ¿Será que esta vez Dios se equivocó?>>
<< ¿Por qué son perseguidos los justos?>>

En su libro (Desilusión con Dios), Philip Yancey menciona una carta que articula el problema de las expectativas en toda su dolorosa realidad. Meg Woodson perdió dos hijos por causa de fibrosis quística, y la muerte de su hija a los veintitrés años resultó particular mente traumática. Las palabras que siguen expresan su dolor y sus dudas en su lucha por aceptar lo sucedido:

– Estaba sentada junto a su cama unos días antes de su muerte cuando de repente comenzó a gritar. Nunca olvidaré esos gritos agudos, penetrantes y animales (…) Contra este trasfondo de seres humanos que se desmoronan (…) fue que Dios, que podría haber ayudado, contempló a una mujer joven devota a él, bastante dispuesta a morir por Él para darle la gloria, y decidió quedarse inmóvil y permitir que su muerte se ubicara en los primeros puestos de las cartillas de horror de muerte por fibrosis quística.

¿Será que a veces Dios permanece inmóvil?
¿Será que Dios algunas veces decide hacer nada?
¿Será que Dios opta por el silencio cuando estoy gritando con toda la fuerza posible?

Hace algún tiempo, llevé a mi familia a una venta de bicicletas para comprarle una a Jenna, que tenía cinco años.

Había elegido una reluciente con asiento tipo banana y rueditas de aprendizaje. Y Andrea de tres años decidió que quería una también.

Le explique a Andrea que no tenía edad suficiente. Le dije que todavía tenía dificultades con el triciclo y que era demasiado pequeña para una bicicleta. No hizo caso; igual quería una. Le expliqué que cuando fuese algo mayor, también recibiría una. Sencillamente se quedo mirándome. Intente decirle que una gran bicicleta le causaría mayor dolor que placer, más raspones que emociones. Giró la cabeza sin decir palabra.

Finalmente suspiré y esta vez le dije que su padre sabía que era lo que más le convenía. ¿Su respuesta? La grito con fuerzas suficientes para que la escucharan todos los que estaban en el negocio:
<< ¡Entonces quiero un papá nuevo!>>

A pesar que las palabras provenían de la boca de una niña, comunicaban los sentimientos de un adulto.

La desilusión exige un cambió de mando. Cuando no estamos desacuerdo con el que dicta las órdenes, nuestra reacción suele ser igual que la de Andrea… igual que la de Juan. < ¿Será el indicado para la tarea?> O, como lo dijo Juan:
<< ¿Eres el que había de venir, o debemos esperar a otro?>>
Andrea con sus poderes de razonamiento de una niña de tres años, no podía creer que una bicicleta nueva fuera menos que ideal para ella. Desde su punto de vista, sería su fuente de bienestar eterno. Y desde su punto de vista, el que tenía el poder de conceder ese bienestar <>

Juan no podía creer que cualquier cosa exceptuando su liberación sirviera al mejor interés de todos los involucrados. Según su opinión, era hora de practicar un poco de justicia y ponerse en acción. Pero el que tenía el poder <>

No puedo creer que Dios se quede sentado en silencio cuando un misionero es echado de un país extranjero o un cristiano pierde una promoción por causa de sus creencias o una esposa fiel es victima de abuso por parte de un esposo

Incrédulo. Estas son sólo tres de muchas cuestiones que han llegado a mi lista de oración, todas ellas oraciones que parecen no haber sido contestadas.

Regla general: nubes de duda son generadas cuando el aire cálido y húmedo de nuestras expectativas se encuentran con el aire frío del silencio de Dios.

Si ha escuchado el silencio de Dios, si ha sido abandonado en el calabozo de la duda, no deje este artículo hasta haber leído el artículo siguiente, (…porque el reino de los cielo es de ellos—– El reino por el que vale la pena morir) Tal vez aprenda, como lo hizo Juan, que el problema no se trata tanto del silencio de Dios sino de “su habilidad para oír”

Max Lucado, nacido en Estados Unidos en 1955, es un escritor cristiano superventas y ministro escritor y predicador en la Iglesia Oak Hills Church of Christ en San Antonio, Texas. Max Lucado ha escrito más de 50 libros, sumando 80 millones de copias impresas. Tres de las obras de Max Lucado han sido galardonadas con el Charles Kip Jordon Gold Medallion Christian Book of the Year (Como Jesús, En manos de la gracia y Cuando Dios susurra tu nombre), apareciendo en las listas de los libros más vendidos. En el año 2005 Max Lucado fue nombrado El Mejor Predicador de América por la revista Reader's Digest

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