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Juan Carlos Ortiz

El Quinto Evangelio, el Evangelio Segun los Santos Evangelicos

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¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? (Lucas 6:46). En nuestro idioma castellano ha surgido un interesante problema en torno a la palabra «Señor». Al dirigirnos a alguien lo hacemos diciéndole señor Pérez, señor Fernández, y también a Jesús lo llamamos Señor

Esta falta de distinción ha hecho que perdiéramos el verdadero concepto o significado de la palabra «Señor». El hecho de que a Jesús lo llamemos «Señor» no despierta en nosotros ningún reconocimiento en cuanto al verdadero significado de esa palabra.

Sin embargo esto no sucede únicamente en los pueblos de habla hispana. Lo mismo ocurre con los de habla inglesa, aun cuando empleen dos palabras: mistery Lord; la primera la usan para las personas y la última para dirigirse a Jesús. Es posible que el concepto de Lord haya perdido su significado a causa de¡ comportamiento poco encomiable de los lores ingleses.

En la actualidad la palabra Señor no tiene para nosotros el MISMO significado que tuvo en los tiempos en que Jesús vivió sobre la faz de la tierra. Entonces esta palabra se usaba para referirse a la autoridad máxima, al primero, al que estaba por encima de los demás, al dueño de toda la creación. Los esclavos se dirigían a sus amos utilizando la palabra griega kirios («señor») escrita en minúscula.

Pero si esta palabra estaba escrita en mayúscula, entonces se refería a una sola persona en todo el Imperio Romano. El César era el Señor. Más aún, toda vez que algún funcionario del estado o tal vez algún soldado se cruzaban por la calle tenían que saludarse diciendo » ¡César es el Señor!» Y la respuesta habitual era » ¡Sí, César es el Señor!

Pero Jesucristo no es un opio. El es el Señor. Usted debe venir y entregarse a Jesús Y cumplir con sus demandas cuando El habla como Señor.

Es así que los cristianos en aquel entonces se veían confrontados con un problema bastante difícil. Toda vez que alguien los saludaba con las consabidas palabras – ¡César es el Señor! -invariablemente su respuesta era-: No, ¡Jesucristo es el Señor!-. Esto les creó dificultades, no porque César tuviera celos de ese nombre, sino que era algo que tenía raíces más profundas. César no tenía la menor duda respecto de lo que ello significaba para los cristianos; estaban com. prometidos con otra autoridad. En sus vidas Jesucristo pesaba más que el propio César.

Su actitud decía bien a las claras: «César, tú puedes contar con nosotros para ciertas cosas, pero cuando nos veamos forzados a escoger, nos quedaremos con Jesús por cuanto le hemos entregado nuestras vidas. El es el primero. Es el Señor, la autoridad máxima para nosotros». No es de extrañarse entonces que el César hiciera perseguir a los cristianos.

El Evangelio que tenemos en la Biblia es el Evangelio del Reino de Dios. Allí encontramos a Jesús como el Rey, como el Señor, como la autoridad máxima. Jesús es el eje sobre el cual gira todo. El Evangelio del Reino es un Evangelio que se centra en Jesucristo.

Sin embargo en estos últimos siglos hemos venido prestando oídos a otro Evangelio, uno centrado en el hombre un Evangelio humanista; el Evangelio de las grandes ofertas, de las grandes liquidaciones; el Evangelio de las colosales rebajas. Es un Evangelio en que el pastor dice: «Señores, si ustedes aceptan a Jesús» (ya en esto solamente hay un problema por cuanto es Jesús que nos acepta a nosotros y no nosotros quiénes lo aceptamos a El. Hemos puesto al hombre en el lugar que legítimamente le pertenece a Jesús Y por lo tanto ahora el hombre ocupa un lugar muy importante) – Y el evangelista agrega: «Pobre Jesús, está llamando a la puerta de tu corazón. Por favor, ábrele. ¿Es que no lo ves allí fuera tiritando de frío? Pobre Jesús, ábrele la puerta». No es de extrañarse entonces que los que están escuchando al evangelista piensen que si se hacen cristianos le harán un favor a Jesús.

Muchas veces hemos dicho a la gente: «Si usted acepta a Jesús tendrá gozo, paz, salud, prosperidad . . . Si le da cien pesos a Jesús El le devolverá doscientos. . . » Siempre apelamos a los intereses del hombre. Jesús es el Salvador, el Sanador, el Rey que vendrá por mí. Mí, yo, son el centro de nuestro Evangelio.

Las reuniones que realizamos se centran alrededor del hombre. Hasta la misma disposición del mobiliario, los bancos, el púlpito son para el hombre. Cuando el pastor prepara su bosquejo para el desarrollo de la reunión no piensa en Dios sino en su audiencia. «Para el primer himno todos se pondrán de pie, para el segundo estarán sentados para no cansarse; después habrá un dúo para cambiar un poco el ambiente, luego haremos alguna otra cosa y todo cuanto Se hace tiene que tener cabida en una hora para que la gente no se canse demasiado». ¿Dónde está Cristo el Señor en todo esto?

Y con nuestros himnos ocurre lo mismo. «Oh Cristo mío». «Cuenta tus bendiciones». ¡Y qué decir de nuestras oraciones! «Señor, bendice mi hogar, bendice a mi esposo, bendice también a mi gatito y al perro por amor de Jesús. Amén». Esa oración no es por amor de Jesús sino por ¡amor a nosotros! Con frecuencia empleamos las palabras apropiadas, con una actitud equivocada. Nos engañamos a nosotros mismos.

Nuestro Evangelio viene a ser como la lámpara de Aladino de las Mil y una noches; pensamos que si lo frotamos recibiremos lo que queremos. No es de extrañarse que Karl Marx llamara a la religión el opio de los pueblos. Tal vez tuviera razón, no era ningún tonto. Sabía que nuestro Evangelio con frecuencia no es nada más ni nada menos que una vía de escape para la gente.

Pero Jesucristo no es un opio. El es el Señor. Usted debe venir y entregarse a Jesús Y cumplir con sus demandas cuando El habla como Señor.

Si nuestros dirigentes hubieran sido amenazados por la Policía y el sumo sacerdote tal como ocurrió con los apóstoles, es posible que hubieran orado así: «Oh, Padre, ten misericordia de nosotros. Ayúdanos, Señor. Ten piedad de Pedro y de Juan. No permitas que los soldados les hagan ningún mal. Por favor danos una vía de escape. No permitas que suframos. Oh, Señor, mira lo que nos están haciendo. ¡Deténlos, no dejes que nos hagan daño!» Nosotros, nuestro, yo, mi.

Sin embargo cuando leernos en el capítulo cuatro de los Hechos vemos que ellos no oraron así. Fíjese cuántas veces los apóstoles dijeron tú.

Y ellos, habiéndole oído, alzaron unánimes la voz a Dios, Y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay: que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor y contra su Cristo. Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera. Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo … (versículos 24-31)

No se trata de un problema de semántica sino que me estoy refiriendo a un gran problema que tenemos en las iglesias respecto de nuestra actitud. No es suficiente que usemos otro vocabulario; debemos dejar que Dios tome nuestros cerebros, que los ¡ave con detergente, que los cepille bien fuerte y que nos los vuelva a colocar en una manera distinta de su posición previa. Todo nuestro sistema de valores tiene que ser cambiado.

Somos como aquellas personas de la Edad Media que creían que la tierra era el centro del universo. Ellos estaban equivocados y nosotros también. Pensamos que somos el centro del universo y que tanto Dios como Jesucristo y los ángeles giran alrededor nuestro. El cielo es nuestro, todo es para nuestro provecho.

¡Cuán equivocados estamos! Dios es el centro. Es necesario que nuestro centro de gravedad cambie. El es el Sol y nosotros debemos girar alrededor de El.

Pero es muy difícil cambiar nuestro patrón de pensamientos. Aun nuestra motivación para la evangelización se centra en torno al hombre. Muchas fueron las ocasiones que escuché decir mientras me encontraba estudiando en el Seminario: -Queridos alumnos, ¡fíjense en las almas perdidas! Esa pobre gente irremisiblemente va camino al infierno. Cada minuto que pasa otras cinco mil ochocientas veinte y dos personas y media se van al infierno. ¿No sienten lástima de ellos? -Y nosotros llorábamos y decíamos-: Pobre gente. ¡Vayamos a salvarla!- ¿Se da cuenta? Nuestra motivación no era el amor a Jesús sino el amor a las almas perdidas, que toda nuestra motivación debe ser Cristo. No predicamos a las almas perdidas porque están perdidas. Vamos para extender el Reino de Dios porque así lo dice Dios y El es el Señor.

Nuestro Evangelio en la actualidad es lo que yo llamo el Quinto Evangelio -Tenemos los Evangelios según San Mateo, San Marcos, San Lucas, el de San Juan y el Evangelio según los Santos Evangélicos. Este Evangelio según los Santos Evangélicos se basa en versículos entresacados de aquí y de allá en los otros cuatro Evangelios. Hacemos nuestros todos los versículos que nos gustan, los que nos ofrecen o prometen algo, como Juan 3:16, Juan 5:24 y otros, y con esos versículos formamos una Teología Sistemática en tanto que nos olvidamos por completo de los otros versículos que nos confrontan con las demandas de Jesucristo.

¿Quién nos autorizó a hacer semejante cosa? ¿Quién dijo que estamos autorizados para presentar solamente una faceta de Jesús? Supóngase que se celebrara un matrimonio y llegado el momento de pronunciar los votos el hombre dijera: -Pastor, yo acepto a esta mujer como mi cocinera personal, y también como mi lavaplatos personal.

No me cabe la menor duda que la mujer diría:

– ¡Un momentito! Sí, voy a cocinar, voy a lavar los platos, voy a limpiar la casa, pero no soy una mucama. Voy a ser tu esposa. Tú tienes que darme tu amor, tu corazón, tu casa, tu talento, todo.

Y lo mismo es verdad respecto de Jesús. El es nuestro Salvador y nuestro Sanador, pero no Podemos cortarlo en pedazos y tomar solamente aquellos que nos gustan más. A veces nos parecemos a los niños cuando se les da una rebanada de pan con mermelada; se comen la mermelada y vuelven a darnos el pan. Entonces volvemos a poner más mermelada y de nuevo se la comen y nos vuelven a dar el pan.

El Señor Jesús es el Pan de Vida y tal vez el cielo sea como la mermelada. Es necesario que comamos tanto el pan como la mermelada.

¿Qué le parece que sucedería si en algún gran Congreso de Teólogos se llegara a la conclusión de que no hay ni cielo ni infierno? ¿Cuántas personas seguirían asistiendo a la iglesia después de un anuncio de esa naturaleza? La mayoría no volvería a poner los pies en la iglesia. «Si no hay cielo, ni tampoco infierno, ¿para qué venimos aquí?» Esas personas van a la iglesia nada más que por la mermelada, es decir por sus propios intereses, para ser sanados, para escapar del infierno, para ir al cielo. Los tales son los que siguen el Quinto Evangelio.

El día de Pentecostés, después que Pedro concluyera su sermón, dijo con toda claridad: «Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo» (Hechos 2:36). Ese fue su tema.

Cuando los oyentes comprendieron que Jesús era en realidad el Señor «se compungieron de corazón» (versículo 37) y preguntaron: «Varones hermanos, ¿qué haremos?»

La respuesta fue: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (versículo 38). En Romanos 10:9 encontramos resumido el Evangelio de Pablo: «Si confesores con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo». El es mucho más que Salvador, es el Señor.

Y ahora voy a darle un ejemplo de lo que es el Quinto Evangelio. Lucas 12:32 dice: «No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino». Este es un versículo muy conocido. Muchísimas veces prediqué sobre ese texto.

Pero, ¿qué me dice del versículo siguiente? «Vended lo que poseéis, y dad limosna». jamás escuché ningún sermón basado en este texto porque no está en el Evangelio según los Santos Evangélicos. El versículo 32 forma parte de nuestro Quinto Evangelio, pero el 33 aunque es también un mandamiento de Jesús lo ignoramos por completo.

Jesús nos mandó no matar.

Jesús nos mandó amar a nuestro prójimo.

Jesús nos mandó vender nuestras posesiones y darlas a los necesitados.

¿Quién tiene el derecho de decidir cuáles mandamientos son obligatorios y cuáles son optativos? ¿Me comprende? El Quinto Evangelio ha hecho algo extraño: ¡nos ha dado mandamientos optativos! Si uno quiere los cumple y si no, es lo mismo.

Pero ese no es el Evangelio del Reino.

Juan Carlos Ortiz se ha graduado en 1954 en el Instituto Río de La Plata en Buenos Aires, Argentina. Es un predicador que con sencilles explica las escrituras. Sus predicas como sus libros son altamente requeridos en todo el mundo. El ha tomado numerosos cursos en todo el mundo. Durante dos años realizó estudios teológicos intensos y fue examinado por los teólogos de la Iglesia Evangélica Presbiteriana en los Estados Unidos y más tarde por los teólogos de la Iglesia Reformada de América, donde fue ordenado como un Reformador Minister. In 1989 el Dr. Ortiz fue concedida Doctor Honoris Causa por la Escuela de Graduados de Teología de California Dr. Juan Carlos Ortiz es Pastor Principal emérito de la Catedral de Cristal en Garden Grove, California. En 1956 fue ordenado Pastor en la Asambleas cristiana de la Argentina. Su vasta experiencia en grupos de discipulado pequeños lo ha llevado a convenciones, congresos, universidades, seminarios e iglesias en cinco Continents. El ha sido profesor en el Instituto Bíblico Río de la Plata, en Argentina y profesor en la Escuela Robert Schuller de la Predicación, que operaba en el campus de la Catedral de Cristal y de la Universidad de Pastores en Los Ángeles. Él también sigue aceptando algunas de las muchas invitaciones de todo el mundo y de los EE.UU. para enseñar en las conferencias y seminarios de diferentes denominaciones. Por cinco años, el Dr. Ortiz produjo la serie de televisión, La Hora de Poder, que fue transmitido en doce países de América Latina.

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