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John Arnott

Mensaje sobre el Perdon y el Perdonar

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Es un verdadero gozo poder escribirles y compartir con ustedes lo que ha demostrado ser el mensaje más importante que el Espíritu Santo nos ha dado en este último año…el mensaje del perdón y el perdonar

Carol y yo lo hemos predicado donde quiera que hemos ido: en Canadá, Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda, los Estados Unidos, México, Corea y Japón… y siempre hemos visto el mismo resultado: UN IMPACTO PODEROSO, trayendo gran sanidad y libertad.

Pienso que este mensaje es aquél en que el Padre se está enfocando ahora dentro del Cuerpo de Cristo:

El quiere sanarnos en cuerpo, alma y espíritu, y además, quiere sanar nuestras relaciones los unos con los otros. Para muchos, El está comenzando con las relaciones dentro de sus mismos hogares:

«El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición» (Malaquías 4:6).

¿Porqué le interesa hacer esto?

Pudiera ser que la cosecha está esperando hasta que haya un «lugar seguro» a donde traer a los cristianos nuevos, recién nacidos. Esto significa transformar nuestros corazones para que sean Su corazón: un corazón de misericordia y de perdón.

Es por eso que yo me deleito en decirles a las personas que El las ama tal como son… pero que les ama demasiado para dejarles tal como son.

El padre está muy interesado en desarraigar las obras de nuestra carne, derribando las mentiras y fortalezas del enemigo que engañan , que existen en los corazones de cada uno de nosotros. El quiere hacer esto para que podamos reaccionar a cada situación y a cada relación personal con el amor y compasión de Cristo… no con juicio y crítica.

El Señor ha venido a libertar a los cautivos, a vendar a los quebrantados de corazón, a abrir las puertas de la cárcel. (Isaías 61:1).

Nuestras armas más poderosas en este proceso son el arrepentimiento y el perdón, basados en la Cruz de Jesucristo y el amor de Dios.

Nosotros, los que estamos disfrutando la Visitación del Espíritu de Dios y que hemos sido criticados y maltratados con desprecio y aun con terribles mentiras, pudiéramos pensar: ¡es verdad! ¡Estas personas que me han difamado con mentiras y exageraciones deben de arrepentirse y pedir perdón!. ¡Pero es a nosotros a quien Dios está hablando!

¡El me está diciendo!

«Mira el inmenso amor que te he dado. Te he dado un regalo que no mereces… mi perdón. Ahora, yo te estoy pidiendo que tú des el regalo del perdón a otros.» «¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?» (Mateo 18:33).

El avance de la renovación depende de que nosotros abramos nuestros corazones a lo que Dios está pidiendo de nosotros. Nos está pidiendo que perdonemos a quienes nos hacen un gran mal y quienes no merecen nuestro perdón. Nos está pidiendo que mantengamos dulce y puro nuestro corazón.
Si lo hacemos,

¡el avivamiento vendrá en mayor poder!

A continuación, he pedido a mi esposa, Carol, que comparta su experiencia con el perdón.

Testimonio de Carol:
Cuando me convertí a Cristo, aprendí acerca del perdón. Así que perdoné a mi madre, quien me había herido profundamente; perdoné todo, pero me di cuenta que aun no la amaba. Volví a perdonarla y todavía no la podía amar. Así que lo hice una y otra vez, y aun no la amaba. Pensé: «Señor, algo debe estar mal. ¿Qué está mal en mi perdonar?»

El juicio nace de las heridas

Mi mamá fue la menor de ocho hijos; la sexta mujer. La familia deseaba más hombres para trabajar en la granja, así que mi mamá no fue deseada. Fue solamente una niña más.

Ya que sus padres frecuentemente trabajaban en el campo, se suponía que sus hermanas la cuidarían. Pero niños siendo niños, a veces fueron muy crueles con ella. La mecían violentamente en su cuna. Cuando lloraba, la encerraban en el closet. ¡Imagine las heridas que estas cosas causaron en su corazón!

Siendo una niña, yo no podía entender el dolor y el rechazo de mi madre. No sabía lo profundo de sus heridas. Yo sólo tenía que lidiar con su trato para conmigo. Cuando los niños hacen algo malo, cuando merecen una tunda, ellos lo saben. Pero cuando los niños son castigados por cosas que no hicieron , se dan cuenta de la injusticia.

Quizás no demuestran su rebeldía, pero en sus corazones ellos consideran a sus padres injustos y crueles.Eso es lo que me pasó a mí. En mí caso yo tenía mucho miedo de rebelarme , ya que si lo hacía, hubiera sido severamente golpeada. Mi mamá tomaría el cinto de mi papá y me golpearía fuertemente; ahora eso sería llamado abuso. Yo tendría moretones y cicatrices en mi cuerpo, pero las marcas más profundas se quedaron dentro de mí. En mi corazón yo la odiaba y la juzgaba y la despreciaba.

Cuando me convertí a Cristo, me di cuenta de que tenía mucho rencor en mi corazón y que necesitaba ser libre. Hice todo lo que pude, pero parecía que no podía cambiar mis sentimientos hacia ella. Pensé: «Dios, algo anda mal, aquí.» Una y otra vez lo intenté, pero no podía cambiar mi corazón. No fue hasta que recibí una enseñanza de John y Paula Sandford, sobre juicios enraizados en la amargura, que lo pude entender.

La Escritura dice, «Honrarás a tu padre y tu madre sólo si son buenos cristianos y sólo si ellos hacen todo correctamente.» ¡Oh, no dice eso! ¿verdad? ¿Desearía que dijera eso?…No, lo que dice es:

«Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da. (Deuteronomio 5:16).

Contrariamente, en las áreas en que usted no les honra, no prosperará. No los juzgamos en todas las áreas, por supuesto, pero sí los juzgamos y los deshonramos en las áreas en donde nos han herido y han sido negligentes.

Pensé: «Bueno, Dios, yo no entiendo. La he perdonado. ¿Qué es lo que pasa?» Y el dijo: «No la has honrado, has pecado al deshonrar a tu madre.»

El empezó a mostrarme que hay dos lados en este asunto: Necesitamos perdonar, sí, pero también necesitamos arrepentirnos de nuestro propio pecado de juzgar. Por un lado necesitaba perdonarla, y lo hice. Pero por el otro, no la honraba en mi corazón. La odiaba. La juzgaba.

Ese pecado era mío, no de ella. Mi reacción ante ella era pecaminosa, pero yo no lo podía ver. Satanás, siendo un legalista, fue a Dios y le dijo: «Dios, Carol ha pecado aquí. Ella no se ha arrepentido de ese pecado de juzgar a su madre, así que tengo el derecho legal de traer sobre su vida la ley de la siembra y la cosecha.

Cosechando lo que Se Siembra

¿Alguna vez ha cultivado un jardín, y plantado una semilla de maíz, por ejemplo? Considere una planta de maíz: ¿cuántas semillas cosecha? ¿Una? No, ¡cientos! Planta una y obtiene cientos, esa es la ley del incremento. Por lo tanto, por medio de mis juicios sobre una madre dominante y controladora, yo levanté una cosecha a través de otras mujeres dominantes y controladoras en mi vida.

Yo sería controlada y manipulada, usada y herida, por estas mujeres, y nunca podía ver venir los problemas. Cuando éstos llegaban yo pensaba: «Dios, ¿qué hice para que me sucediera esto? ¿Acaso tengo un letrero en mi espalda que dice: ‘Ven, contrólame, ven domíname’»?

Pues sí, yo tenía un letrero. En el reino espiritual yo tenía un letrero porque yo juzgaba a mi madre. La ley de sembrar y cosechar estaba siendo ejecutada por el enemigo.

Con el tiempo, yo fui con mi mamá. Para este tiempo ella ya era cristiana, y le dije: «Mamá, acabo de recibir una enseñanza y me acabo de dar cuenta que he pecado contra ti. Te he juzgado. Te he odiado en mi corazón y de verdad quiero ser libre de estas cosas.»

Ella dijo: «Carol, yo no quiero hablar de esto, yo estoy muy vieja, han sucedido muchas cosas, no quiero que me vuelvas a mencionar esto otra vez.»

Yo pensé: «¿Y ahora qué voy a hacer?

Dios Trae la Sanidad

El Señor dijo: «Carol ¿quieres ser sanada?» Le dije: «Sí, Señor, quiero ser sanada.»

El dijo: «Permíteme escarbar en el jardín de tu corazón. No quiero que andes escarbando todo, preocupada, tratando de conseguir respuestas. Permíteme sacar a luz lo que tú has juzgado y que necesita ser resuelto.» Yo dije: «De acuerdo, Señor, te doy permiso.»

Entonces hice una oración general: «Dios, yo reconozco que he pecado al juzgar a mi madre y no la he honrado. Señor, la perdono por todo lo que ella me ha hecho. Ella no me debe nada. Yo te pido tu perdón, y te doy permiso para mostrarme las áreas que necesito corregir.»

Esa oración inició un viaje de tres años y medio de resolver asuntos de importancia en mi vida. Dios me recordaría diez, a veces quince incidentes de juicio al día – cosas que hacía mucho tiempo había olvidado. Me enfrenté a situaciones de las cuales no había pensado desde el día en que sucedieron.

Yo oraría: «Señor, pequé al juzgar a mi madre. La perdono por ese incidente. No la honré. La juzgué y la odié. Señor, la perdono. Por favor, Señor, perdóname por el pecado de juzgar a mi madre.» Oré sin sentir gran cosa en mi corazón; nada emocional sucedía.

Yo veía a mi mamá quizá dos veces a la semana o más, y con mi mejor esfuerzo intentaba amarla. Le diría que la amaba y la abrazaba. Hacía lo mejor que podía.

Cuando tenía como tres años en este proceso, un día visité a mi mamá. Cuando estaba a punto de irme, la abracé, le dije que la amaba, y me despedí. Para mi sorpresa, un maravilloso amor surgió en mi corazón hacia mi mamá. Supe que estaba sanada. Supe que Dios había hecho algo en mi corazón.

¿Sabe qué más? No sólo me sanó Dios a mí, sino que cuando solté a mi mamá, ella fue libre también. Ella es ahora mucho mejor, más libre y más cariñosa. Mi sanidad le permitió a Dios hacer una obra maravillosa en su vida aunque ella no fuera capaz de manejar estos asuntos por su dolor y falta de conocimiento y aplicación de la Escritura.

Dándole a Satanás los Derechos Legales

John y yo hemos pastoreado dos iglesias. Nuestra primera iglesia estaba en Stratford, Canadá. La gente venía a mí para quejarse, pero nunca iban con John. Ellos se sentían rechazados o abandonados y venían y descargaban toda su negatividad sobre mí. Yo le decía a John cómo me trataba la gente, pero él no me escuchaba.

Si alguno de ustedes ha escuchado a John hablar acerca de mí, sabrán que me ama muchísimo. Sí, él me ama y yo sé que si alguien tratara de lastimarme, él me protegería. Pero cuando se trataba de la gente de la iglesia, parecía que no podía.

Yo iría y le diría lo que me decían y algunas veces me diría: «Sólo estás celosa.» o «estás reaccionando de más otra vez,» o «No lo tomes tan en serio.» Yo quedaría deshecha. Preguntaba: «Dios, ¿qué es lo que me está sucediendo?»

Entonces, cuando empezamos la Iglesia en Toronto, adivine qué hizo la gente ahí. Ellos no iban a John con sus quejas, venían conmigo. Fui con John y él no me defendía. El ni siquera se ponía de mi lado ni escuchaba lo que ellos decían. Esto me estaba confundiendo.

Finalmente exclamé: «Dios, ¿qué está sucediendo? ¿Qué estoy cosechando aquí?» Y el Señor dijo, «¿Y qué acerca de tu padre?» Esto me sacudió. «¿Mi padre? Mi padre es maravilloso. Lo amo, es cariñoso, es un caballero, adorable. No he hecho juicios en contra suya.».

El Señor me dijo, «Claro que sí, lo has hecho.» Yo dije: ¿Lo he juzgado? ¿Qué juicios?» El dijo: «Juzgaste a tu padre por no protegerte de tu madre.»

Esos juicios le dieron al enemigo los derechos legales, que trajeron como resultado, que el principal hombre en mi vida, John, no fuera capaz de protegerme de mi «mamá» iglesia. La iglesia entonces podía tirar toda su basura sobre mí. John no podía defenderme. Las leyes del juicio, y de sembrar y cosechar, le daban al enemigo lo que él necesitaba.

Yo pensé, ¡Señor! ¿Puede ser posible esto? Yo era nueva a esta clase de enseñanza. Me parecía tan extraño. Entonces fui con una amiga y le dije: «Creo que esto es lo que Dios me ha estado diciendo. Quiero confesártelo. No se lo voy a decir a John.

Sólo voy a perdonar a mi padre por no protegerme y defenderme de mi madre. Lo voy a soltar y perdonar, y entonces voy a perdonar a John por no defenderme ni protegerme de la gente de la iglesia. Le voy a pedir a Dios que me perdone por juzgar a mi padre y a John.»

Le pedí al Señor que pusiera la cruz de Jesús entre mi corazón y la ley de sembrar y cosechar y lo dejé todo ahí. Dos meses después hubo otro incidente. Una mujer vino a mí y descargó toda su basura sobre mí. Fui con John e inmediatamente él dijo: «La vamos a llamar a la oficina.» El la llamó, me defendió y resolvió la situación. ¡Fue asombroso! John ha sido así desde ese día.

Mis juicios le habían dado a Satanás el derecho legal de atar a Johm e impedirle ser mi protector.

Si hay áreas en su vida donde cosas negativas se repiten; si hay áreas donde usted es incapaz de amar a alguien como debiera; mire hacia atrás y diga: «Espíritu Santo, ¿me muestras? ¿Me revelas si yo he juzgado a alguna persona importante en mi vida? ¿Les he deshonrado?»

Quizá no esté consciente de su enojo, dolor y emociones. Quizá no tenga memoria de haber juzgado a alguien, pero si hay frutos negativos y repetitivos en su vida, generalmente hay un juicio basado en amargura, enojo o herida que le da acceso al enemigo. Recuerde que no será en todas

las áreas de su vida, pero va a ser en las áreas donde ha sido lastimado y herido.

Libertado

El Señor ha venido a libertar a los cautivos, a vendar a los quebrantados de corazón, a abrir las puertas de la cárcel. (Isaías 61:1). El ha venido a hacer esto, no sólo por mí sino por todos nosotros.

Yo creo que el enemigo nos ha tenido cautivos y ha mantenido a gran parte del cuerpo de Cristo en tinieblas mientras el Señor tiene disponible una manera de liberar y perdonar. Satanás trata de ocultar esta verdad al Cuerpo de Cristo. La Biblia dice: «Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento» (Oseas 4:6).

En mi propia vida esta verdad ha significado para mí más que un millón de dólares. Ha significado libertad y sanidad. Dios me ha hecho libre… ¡y es una libertad gloriosa!

John Arnott es Pastor de Catch The Fire Toronto (TACF) es una iglesia en toda la ciudad de Toronto con 10 ubicaciones y cerca de 3.000 miembros de diferentes orígenes diversos y étnicos. John es conocido por sus enseñanzas y predicaciones sobre el Amor del Padre, la gracia y el perdón y el poder del Espíritu Santo.

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