Hace unas semanas murió Pedro, un amigo y miembro de la congregación que había estado luchando con un cáncer muy agresivo. Yo había tenido la oportunidad de visitarlo y orar por él en varias ocasiones, pero la actitud que tenía la última vez que lo vi, me dejó impresionado.
Pedro estaba desahuciado por los médicos y ya no podía levantarse de la cama, pero aunque ni siquiera podía comer, no estaba enojado con Dios. En ningún momento me preguntó “¿por qué?”, sino al contrario, con entusiasmo me comentó la manera en que Dios se había valido de su enfermedad y su dolor para causar un efecto positivo en la vida de uno de sus hijos que estaba descarriado.
Tantos de nosotros nos enojamos con Dios, cuestionamos su existencia y su amor cuando las cosas no resultan como a nosotros nos gustaría. Hacemos nuestro berrinche hasta porque no logramos conseguir la novia que queríamos, el auto o el trabajo que anhelábamos. ¡Qué increíble inmadurez de nuestra parte!
Tantos de nosotros nos enojamos con Dios, cuestionamos su existencia y su amor cuando las cosas no resultan como a nosotros nos gustaría
Pablo dijo: “Gracias a mis cadenas…” ¿Puedes creerlo? ¡El apóstol le encontraba beneficio a sus prisiones! ¡Que todos tuviéramos esa actitud! Pablo continúa diciendo que a causa de sus cadenas, muchos se estaban armando de valor para compartir el Evangelio. Mi amigo Pedro y el apóstol Pablo lograron ver más allá de sí mismos y se proyectaron hasta la obra maestra de Dios.
Que el Señor nos dé esa misma actitud para poder contemplar lo que Él está logrando en el universo, aun cuando muchas veces, no lo entendemos.