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Charles Stanley

Nuestro Principe de Paz

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Cada año en la época de Navidad, escuchamos canciones y vemos representaciones de escenas que repiten el anuncio angelical. “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lc 2.14).

Pero, ¿alguna vez se ha preguntado dónde se encuentra esa paz? Si Dios la prometió, ¿por qué vemos tan poco de ella en nuestro mundo? De hecho, ¿por qué no la vemos en nuestras familias, trabajos, vecindarios e iglesias? Y en una nota más personal, ¿cuánta tranquilidad interior está usted experimentando en esta época navideña? O Dios nos ha fallado, o no hemos entendido lo que Él quiso decir.

Quiero decirle que Dios nunca deja de cumplir su Palabra, así que el problema no es con Él sino con nosotros. Los ángeles no estaban proclamando que llegaría la paz mundial con la aparición del Mesías. Así lo encontramos en Mateo 10.34 cuando Jesús dijo: “No he venido para traer paz, sino espada”. Efectivamente, su ministerio no tendría como resultado la armonía, incluso entre los miembros de la familia. “Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa” (vv. 35 -36).

Estas difícilmente suenan como palabras apropiadas para el anunciado Príncipe de Paz. Si era la armonía terrenal actual lo que Dios tenía en mente, el ministerio de Jesús nunca habría terminado como lo hizo —con odio, traición, crueldad y crucifixión. Aunque las Escrituras predicen la terminación, al final, de todas las guerras y de todos los conflictos mundiales, esta utopía no vendrá hasta que Jesucristo regrese como Rey soberano de toda la tierra.

Cuando miramos el sufrimiento y las dificultades en nuestras vidas, y pensamos que Dios es indiferente o incapaz de ayudarnos, estamos confiando en nuestro propio parecer en vez de la verdad de las Escrituras

Sin embargo, la razón por la que vino Cristo como un pequeño bebé, no fue la conquista del mundo. Había un problema mayor que arreglar antes de que su reino pudiera establecerse en la tierra. El mensaje de los ángeles anunciaba la solución al mayor problema del hombre: su hostilidad hacia Dios.

Paz con Dios

Ahora bien, es posible que usted diga: “Yo no soy hostil a Dios”, pero cada uno de nosotros viene al mundo distanciado del Señor porque todos somos pecadores por naturaleza y elección. Por cuanto Dios es santo, el pecado nos separa de Él y nos hace sus enemigos, ya sea que lo reconozcamos o no (Is 59.2). La única manera de resolver este problema es por medio de reconciliación.
La palabra griega traducida como paz en Lucas 2.14, se deriva de “unir”. Jesús vino para unirnos de nuevo con el Padre. Aunque nos manteníamos alejados de Él, Cristo vino a la tierra como Dios revestido de carne humana, y pagó el castigo por nuestros pecados al morir en nuestro lugar. Ahora bien, todos los que le reciben como Salvador pueden ser reconciliados con Dios por medio de la justificación, lo que simplemente significa que Él los declara “inocentes”. Ya que la razón de nuestra separación ha sido quitada, dejamos de ser sus enemigos para convertirnos en sus hijos amados.

Paz con los demás

Cristo no solo nos ha reconciliado con el Padre, sino que también hizo posible que disfrutemos de relaciones armoniosas con los demás. Para muchas personas, la Navidad es una ocasión para la gozosa reunión con familiares y amigos, pero los días de fiesta pueden ser también oportunidades para que reaparezcan viejos agravios, se inicien altercados, y los ánimos se caldeen. En momentos así, la paz anunciada por los ángeles puede parecer muy lejana.
No obstante, cuando Cristo se convierte en nuestro Salvador, Él se compromete a transformar todas las áreas de nuestra vida, incluyendo nuestras relaciones. Él es capaz de sanar nuestras heridas emocionales y derribar los muros de prejuicios, indiferencia, agravios e ira que nos impiden amarnos unos a otros. Pero las relaciones son calles de doble vía, por lo que es posible que no podamos lograr la paz en todos los conflictos. Sin embargo, gracias al poder del Espíritu Santo, podemos perdonar e incluso amar a quienes nos tienen hostilidad.

Paz dentro de sí mismo

La primera venida de Cristo no cambió a nuestro mundo exterior, eliminando las dificultades. La paz que Cristo da a sus seguidores es una serenidad interior que produce seguridad, sin importar las circunstancias.
¿Qué se necesita para tener paz? Si espera encontrarla en la seguridad económica, en relaciones armoniosas, o en los planes y sueños cumplidos, se ha inclinado por la definición del mundo en cuanto a la paz, que se basa en las circunstancias externas. De ser así, siempre que su situación cambie, su serenidad se desvanecerá y será sustituida por la ansiedad, la frustración o el temor.

Vivir lo incomprensible. La paz de Dios es superior a todo lo que el mundo pueda ofrecer, porque se basa en una relación con Cristo; no tiene nada que ver con las circunstancias. A diferencia de lo que sucede con nuestro medio externo, nada puede cambiar nuestra posición en Cristo. Estamos eternamente seguros y cubiertos del todo por su mano soberana de guía y protección. Según Filipenses 4.7, la paz de Dios sobrepasa todo entendimiento humano, y guarda nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Todos hemos pasado por pruebas difíciles y por valles de lágrimas, cuando nuestros sueños se hacían añicos y todo se caía a pedazos a nuestro alrededor. Pero, dentro de nuestros corazones, ¿cuántas veces sentimos esta inmensa sensación de incomprensible serenidad y confianza, mientras la gracia de Dios nos inundaba en nuestra hora de necesidad? Sin la presencia del Espíritu Santo en nosotros, esto sería imposible.

Siempre recordaré la vez que hablé con una mujer cuyo hijo estuvo al borde de la muerte después de un terrible accidente. Ella me dijo que en toda su dura experiencia, la paz de Dios la cubrió como una nube bendita. Aunque las circunstancias eran terribles, el Señor la rodeó con su confianza.

He experimentado momentos semejantes cuando he tenido muchos motivos para estar preocupado. Aunque Dios quiere la unidad entre sus seguidores (Ef 4.1-3), aun los cristianos pueden ceder a la tentación de tomar partido. Todavía recuerdo cuando me encontré en una situación en la que un grupo de hermanos de la iglesia me apoyó, mientras que otro se opuso enérgicamente.

Mientras luchaba con esto, Dios me dio un pasaje de la Biblia que me tranquilizó. Cada vez que salía de una sesión, le decía al Señor: “Me siento muy tranquilo. ¿Cuándo voy a sentirme atemorizado?”. Pero la paz incomparable de Cristo me llenaba, y nunca sentí miedo. El versículo que Dios me dio protegió mi corazón y mi mente: “En tu boca he puesto mis palabras, y con la sombra de mi mano te cubrí” (Is 51.16).

Mientras usted y yo estemos cubiertos por la mano omnipotente de Dios, no hay ninguna razón para que nos sintamos atemorizados, ansiosos o inquietos por nada. Esa mano cubre cada situación difícil que enfrentemos, y suple cualquier necesidad que tengamos.

La vida agitada. Si sabemos que esa paz tan maravillosa está al alcance de todo creyente, ¿por qué no la experimentamos? Una razón es el pecado —decidir actuar sin tomar en cuenta la voluntad de Dios. Cada vez que resistimos sus mandamientos y hacemos lo que nos parece, estamos en conflicto con Él. Los cristianos no podemos tener paz cuando nos oponemos al Señor. El fallo condenatorio del Espíritu Santo generará una agitación interior en nuestros corazones.

Otra razón es la falta de fe. Recordemos el significado de la palabra paz: “unir”. A veces nos olvidamos de conectar lo que el Señor dice que es verdad, con lo que sentimos acerca de nosotros mismos. Nuestros sentimientos de incompetencia predominan sobre la verdad de su Palabra, que dice: “Nuestra competencia proviene de Dios” (2 Co 3.4-6). Nuestras inseguridades tienen más peso que su aceptación (Ef 1.4, 5), y nuestros temores sobrepasan su garantía de proveer para todas nuestras necesidades (Fil 4.19).

Asimismo, cuando miramos el sufrimiento y las dificultades en nuestras vidas, y pensamos que Dios es indiferente o incapaz de ayudarnos, estamos confiando en nuestro propio parecer en vez de la verdad de las Escrituras. Cada vez que empezamos a desconfiar y a dudar de Dios, nuestra confiada seguridad se verá sacudida.

Tomar una decisión. Entonces, ¿cómo podemos pasar de tener angustia, a tener paz en nuestro espíritu? Solo hay una manera. Tenemos que elegir recibirla —no solamente una vez, sino cada día.

Nuestra primera decisión debe ser rendirnos. Quienes insisten en hacer su propia voluntad, nunca tendrán paz. Permita que Dios haga su voluntad. El resultado será sorprendente. En la mayoría de las guerras, el lado que se rinde, pierde. Pero cuando usted se rinde al Señor ¡no pierde, sino gana! La angustia será sustituida por confianza.

La segunda decisión que debemos tomar es centrarnos en Cristo y en su Palabra, no en la situación, ni en el conflicto o el temor. “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Is 26.3). Puesto que nuestras emociones son resultado de nuestros pensamientos, tenemos que prestar mucha atención a lo que dejamos que domine nuestra manera de pensar. Cuando nuestra mente está fija en el Señor y confiamos en su soberanía y amor por nosotros, podemos enfrentar las circunstancias con seguridad; a pesar de las apariencias, sabemos que Dios hará lo que sea mejor para nosotros, y que todo resultará para nuestro bien y para su gloria.

Uno de mis recuerdos más especiales tiene que ver con un tiempo en que yo estaba experimentando gran ansiedad. Conociendo mi angustia, una señora mayor de mi iglesia me mostró un cuadro, y me pidió que le dijera lo que veía. Era una pintura de Daniel en el foso de los leones; le dije que los hambrientos leones tenían la boca cerrada y que Daniel estaba de pie con las manos detrás de la espalda. Pero no noté el detalle más importante. Esta inteligente mujer me rodeó con su brazo, y me dijo: “Hijo, lo que quiero que veas es que Daniel no tiene puesta su mirada en los leones, sino en Dios”. Ese fue uno de los sermones más grandes que he escuchado en mi vida.

Los cristianos no somos víctimas de las circunstancias. El Señor dejó en claro que no tenemos que vivir con ansiedad, sino que podemos elegir un camino mejor. Poco antes de su muerte, Jesús prometió a los discípulos su paz, y concluyó con este mandamiento: “No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14.27). A nosotros también se nos ha dado esta promesa, y tenemos la responsabilidad de no dejar que nuestros corazones se angustien. En esta Navidad, elija tener paz. No permita que el ajetreo de la época le haga desviar su mirada de Cristo. ¡Deje que Él sea su Príncipe de Paz!

Preguntas para más estudio

¿Cómo describe Jesús su paz en Juan 14.27 y 16.33? ¿En qué se basa ella? ¿Qué contraste sorprendente se muestra? Según 2 Tesalonicenses 3.16, ¿cuándo y con qué frecuencia podemos experimentar esta paz?
¿Quién produce la paz de Cristo dentro de nosotros (Gá 5.22-23)? ¿Qué elección hacemos que determinará si este fruto se generará o no en nosotros (Gá 5.16, 17)? ¿Qué tan importante es nuestra predisposición (Ro. 8.5-8)?
Filipenses 4.4-9 está lleno de información que puede ayudarnos a entender cómo experimentar paz. Haga una lista de todas instrucciones que da Pablo. ¿Cuál es la promesa (v. 7)? ¿Qué condición se da en el v. 6 para que se cumpla? ¿De qué manera el poner en práctica las recomendaciones de Pablo contribuye al cumplimiento de la promesa?
La paz de Cristo en nuestros corazones nos transforma, pero influye también en la manera como nos relacionamos con los demás. Lea Colosenses 3.12-17. En el v. 15, ¿qué evidencias ve de que una paz interior influye en la armonía de toda una iglesia? ¿Qué actitudes y prácticas en este pasaje podrían ayudarle a tener un espíritu de unidad con los demás?

El Dr. Charles F. Stanley, pastor de la Primera Iglesia Bautista de Atlanta y fundador de Ministerios En Contacto. Charles Stanley nació el 25 de septiembre de 1932 en Dry Fork, Virginia. Charles Stanley ha escrito más de cincuenta libros, y forma parte de la lista de autores de éxitos de ventas del diario New York Time. Entre sus éxitos del Dr. Charles Stanley se encuentran: La paz del perdón, Cómo alcanzar su mayor potencial para Dios, En armonía con Dios, Trátelo con oración, Como Escuchar la Voz de Dios, etc. El deseo del Dr. Stanley es proclamar el evangelio al mayor número de personas como sea posible.

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