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Charles Stanley

Las Palabras de Nuestra Boca

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¿Está usted consciente del poder de las palabras? ¿Ha experimentado el tremendo impacto que pueden tener en su vida? Tal vez usted ha sido bendecido por las expresiones de amor y de consuelo de algún ser querido. O quizás ha visto qué destructivos pueden ser los comentarios de las personas. Sus palabras hirieron su corazón tan profundamente, que la herida se mantuvo durante años.

La capacidad de comunicarnos es uno de los regalos que Dios nos ha dado, pero es también un privilegio que incluye una gran responsabilidad. Lo que decimos puede curar a quienes nos rodean, y acercarlos al Padre celestial. Pero mal utilizadas, nuestras palabras pueden alejar de Él y de nosotros a las personas. Por eso es tan importante tener claro que chismear es una de las maneras de usar indebidamente las palabras, lo que deshonra a Dios y daña a los demás.

El chisme es un grave pecado.

La conversación frívola y maliciosa nunca puede ser «deshecha». Pensemos en nuestras palabras como las plumas de una almohada lanzadas al aire. Nunca podremos recuperarlas todas. Una vez que la información ha sido dicha, ella crece inevitablemente con insinuaciones y exageraciones a medida que se divulga. Incluso después de que las palabras se hayan extinguido, el dolor y el daño que causaron se mantienen. No importa qué nos haya motivado a compartir la información, los resultados nunca son buenos.

Por lo general, involucrarse en conversaciones destructivas daña nuestro testimonio

Santiago describe la naturaleza destructiva de la lengua humana, comparándola con un fuego que puede incendiar todo un bosque (Stg 3.5, 6). Cuando permitimos que nuestras palabras sean como flechas incendiarias dirigidas a la reputación de alguien, ellas dejan ruina a su paso.

Sin embargo, el chisme es uno de los pecados más aceptados en la iglesia. Nos hemos acostumbrado tanto al mismo, que es posible que no lo reconozcamos como malo, ni que nos demos cuenta de que lo practicamos. Entre cristianos, se usa como algo inocente e incluso espiritual. Decimos que simplemente estamos compartiendo nuestra preocupación, o compartiendo la situación de alguien para que puedan orar por ella. Pero, ¿qué piensa Dios de nuestras conversaciones?

En 1 Timoteo 5.13, Pablo aconseja a Timoteo ocuparse de las personas «entremetidas, hablando de lo que no debieran». Si decimos a la ligera «las últimas noticias» sobre los demás, somos culpables de usar nuestras palabras para mal, incluso si esa no es nuestra motivación.

No obstante, la conversación maliciosa tiene la intención de dañar a alguien. Este es el lenguaje de Satanás. De hecho, la palabra griega de la cual es traducida, es diabolos, la misma utilizada para diablo. Él es el acusador, y quienes calumnian deliberadamente a otros están siguiendo sus pisadas.

Si alguien tiene duda de la gravedad de este pecado, sepa que el apóstol Pablo escribió que el chisme caracterizaría a quienes rechazan a Cristo (Ro 1.28-32) y a los impíos de los últimos días (2 Ti 3.1-5). Estos dos pasajes contienen las peores características humanas, y el chisme está justo en el centro de ambas listas.

Es un problema del corazón.

Es obvio que los cristianos no debemos involucrarnos en la práctica de la chismografía, porque esto simplemente no corresponde a lo que somos en Cristo. Pero muchos creyentes olvidan que «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12.34). ¿Qué condición del corazón nos lleva a hablar de los demás?
El orgullo y la presunción: A las personas que les gustan estar «bien enteradas», se ocupan de averiguar lo que está pasando en la vida de otros. Hablar de los demás las hace sentirse más importantes.

La baja autoestima: En el otro extremo del espectro está la persona que se siente incompetente e insegura. Criticar a alguien ayuda a la persona a sentirse superior.

La necesidad de aceptación: Esta es probablemente la razón principal por las que muchas personas se involucran en chismes. Tomar una posición en contra del chisme, o abandonar la habitación, es una manera segura de aislarse y posiblemente de convertirse en el siguiente tema de conversación. Pero quedarse y participar produce un sentimiento de pertenencia y aceptación.

La envidia: Este monstruo puede llevarnos a criticar a los demás, simplemente porque queremos tener lo que ellos tienen. Criticar las capacidades, los bienes, las decisiones o las relaciones de una persona, envía el mensaje de que nosotros podríamos hacerlo mejor, elevándonos así a nosotros mismos, y desvalorizando a la otra persona.

La malicia: Este es el intento deliberado de destruir o desacreditar a alguien con acusaciones y calumnias. De todas las enfermedades del corazón que conducen a la chismografía, ésta es la que más se alinea con el objetivo de Satanás de acusarnos delante de Dios.

El chisme acarrea consecuencias.

Como sucede con cualquier pecado, la conversación frívola siempre produce resultados negativos.
Para la víctima: Ésta es quien más sufre. Ser el objetivo del rumor o de la calumnia es muy doloroso y vergonzoso. Las palabras de los demás pueden destruir una reputación, dividir una familia, romper amistades, y arruinar futuras posibilidades. Y aunque la información sea falsa, la acusación puede seguir causando estragos por muchos años.

Para el chismoso: Aunque las consecuencias para quien esparce rumores no sean tan evidentes, son graves y de largo alcance. Quienes atacan el honor de otra persona terminan perdiendo su propia integridad. Al ceder a los deseos pecaminosos, permiten que su naturaleza carnal domine sus vidas. Esto apaga al Espíritu Santo y atrofia su crecimiento espiritual, haciéndolas infructuosas.

La chismografía alimenta también el orgullo y el fariseísmo. Quienes hablan de las debilidades de los demás desarrollan un espíritu condenatorio y se vuelven ciegos a sus propios pecados. Llegan a ser como la persona con la viga en el ojo que se centra en la diminuta paja que hay en el ojo de otra persona (Mt 7.1-5). Rebajar a otros nunca eleva a nadie, sino que revela el estado pecaminoso del corazón del chismoso. Puesto que el carácter interno es evidente para las personas con discernimiento, los chismosos realmente se privan a sí mismos de mantener buenas relaciones interpersonales. Sus amistades son limitadas porque han demostrado ser poco confiables. Nadie quiere ser su próximo tema de conversación.

Por lo general, involucrarse en conversaciones destructivas daña nuestro testimonio. En vez de ofrecer al mundo perdido una invitación atractiva de salvación, el lenguaje difamatorio da a los incrédulos una buena razón para rechazar nuestro mensaje.

Para el oyente: Como las palabras son persuasivas por su misma naturaleza, quienes las escuchan también son afectados por la chismografía. Son pocos los que pueden escuchar comentarios negativos y no dejar que éstos influencien su percepción y sus sentimientos en cuanto a los demás. Quienes dan oídos a rumores y críticas, están dejando entrar veneno en su corazón y en su mente, abriendo así la puerta de la tentación para transmitir la noticia a alguien más.

Para la iglesia: Cuando los cristianos se destruyen unos a otros, en vez de edificarse mutuamente, todo el cuerpo de Cristo sufre. Son innumerables las iglesias que se han dividido por rumores y acusaciones. Cuando las palabras vuelan, se toman posiciones, y se forman los bandos. De inmediato, la unidad que Cristo desea para su cuerpo es destruida, el trabajo para el reino se paraliza, y Dios se entristece.

Satanás, por el contrario, se deleita cuando acusamos a otros, porque nos tiene exactamente donde quiere que estemos, causando divisiones, frustrando los propósitos del Señor, y destruyendo nuestro testimonio. Cuando nos ocupamos en difamarnos unos a otros, no tenemos ni el tiempo ni el interés para alcanzar a los perdidos.

Como todo el mundo ha sido culpable de este pecado en un momento u otro, todos tenemos que aprender a lidiar con él. Los hijos de Dios debemos honrarlo a Él y a los hermanos en la fe con nuestras palabras (Col 3.15-17). No podemos darnos el lujo de trivializar, excusar, o racionalizar las palabras malas o irreflexivas acerca de los demás.

La solución es un cambio de corazón.

Puesto que las palabras se originan en el corazón, el control externo de nuestra conducta no es suficiente. Para ser verdaderamente libres del pecado de la chismografía, tenemos que ser transformados por completo, y eso es exactamente lo que Cristo se especializa en hacer. Él puede crear en nosotros un nuevo corazón que produzca palabras que le honren a Él y ayuden a quienes las escuchan. Este mundo está lleno de acusaciones y de críticas, pero nosotros estamos llamados a ofrecer misericordia y compasión, no condenación. Mostremos a Cristo a quienes están anhelando su gracia.
Todo lo que tenemos nos ha sido confiado por el Padre celestial, y eso incluye nuestras palabras. Un día, cada uno de nosotros dará cuenta al Señor por la forma como utilizamos este regalo maravilloso. Ahora es el momento de usar nuestras voces para el bien y para decir como el salmista: «Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío» (Sal 19.14).

Preguntas para más estudio

Lea 1 Pedro 3.8-12. ¿Cómo debemos relacionarnos los unos con los otros? ¿Qué palabras indebidas afectan nuestra comunión con Dios?
¿Qué nos manda Dios a hacer con quienes nos hacen algún daño (Col 3.12-14)?
¿Cómo podemos utilizar el sabio consejo que da Pablo en 1 Tesalonicenses 4.9-12?

El Dr. Charles F. Stanley, pastor de la Primera Iglesia Bautista de Atlanta y fundador de Ministerios En Contacto. Charles Stanley nació el 25 de septiembre de 1932 en Dry Fork, Virginia. Charles Stanley ha escrito más de cincuenta libros, y forma parte de la lista de autores de éxitos de ventas del diario New York Time. Entre sus éxitos del Dr. Charles Stanley se encuentran: La paz del perdón, Cómo alcanzar su mayor potencial para Dios, En armonía con Dios, Trátelo con oración, Como Escuchar la Voz de Dios, etc. El deseo del Dr. Stanley es proclamar el evangelio al mayor número de personas como sea posible.

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