«Y casi todo es purificado,
según la ley, con sangre; y sin derramamiento de
sangre no hay perdón de pecados.» (Hebreos 9:22).
En este
versículo hallamos el primer rastro de sangre.
Es indudable que Dios no podía vestir de pieles
de animales a Adán y a Eva a menos que se hubiera
derramado sangre. Aquí, pues, tenemos a inocentes
que sufren por los pecadores, la doctrina de la substitución
en el jardín del Edén.
Dios trató
a Adán por medio de la gracia antes de tratarle
respecto al juicio. La muerte vino por el pecado. Adán
había pecado y el Señor descendió
para darle un camino de escape. Dios fue a él
como un amigo, no para echarle del paraíso. Adán
podía haber dicho a Eva: «Aunque el Señor
nos ha echado del jardín del Edén nos
ama», porque esta túnica es una muestra de su
amor.
Dios puso la
lámpara de una promesa en la mano de Adán
antes de echarle, porque le dijo: «La simiente de la
mujer herirá la cabeza a la serpiente.» ¿Has
pensado alguna vez en el terrible estado de cosas que
habría resultado si se le hubiera permitido al
hombree vivir para siempre en su estado perdido y de
ruina? Fue por amor al mismo Adán que Dios le
echó del Edén para que no viviera para
siempre.
Dios puso el
querubín allí, con una espada encendida.
Pero ahora Cristo ha tomado la espada en su mano y ha
abierto la puerta de par en par, para que nosotros podamos
entrar y comer. Adán podría haber vivido
en el Edén diez mil años y finalmente
acabar siendo extraviado por Satán, pero ahora
«nuestra vida está escondida con Cristo en Dios».
El hombre está más seguro con el segundo
Adán fuera del Edén que con el primer
Adán en el Edén.
Vayamos ahora
a Génesis 4:4: «Y Abel trajo también de
los primogénitos de las ovejas, de lo más
gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado
a Abel y su ofrenda.» Caín y Abel fueron criados
fuera del Edén y tenían los mismos padres
y los dos recibieron la misma instrucción en
cuanto a la forma en que tenían que acercarse
a Dios, pero
Caín
se acercó a su propia manera
en tanto que
Abel lo hizo en la forma que Dios había ordenado.
Caín se dijo: «No voy a traer ningún cordero
sanguinolento. Aquí hay el grano y el fruto de
la tierra, hermosos, conseguidos por mi esfuerzo, estoy
seguro que es mejor que la sangre; yo no voy a llevar
sangre.» Ahora bien, no es que hubiera alguna diferencia
entre estos dos hombres, sino que la ofrenda que traían
era diferente. El uno fue a Dios por el camino que Dios
había señalado y el otro por su propio
camino. Hay también muchos que piensan de esta
manera en el día de hoy Prefieren lo que es agradable
a los ojos, como Caín prefirió su trigo
y su fruto, y a éstos no les gusta la doctrina
de
la expiación
por la sangre
Pero toda religión
que desprecia la sangre es la obra del diablo, por más
que un ángel del cielo descendiera para predicar
la salvación por otros medios.
~ Indudablemente
al comienzo de la creación Dios señaló
el camino por el que el hombre podía acercarse
a Él y Abel anduvo por este camino y Caín
por el suyo propio. Quizá Caín no podía
tolerar la vista de la sangre derramada, por lo que
tomó lo que Dios había maldecido y lo
puso sobre el altar.
Hay muchos
cainitas en la Iglesia
incluso ahora,
y algunos se hallan en el púlpito y predican
contra la doctrina de la sangre y que podemos llegar
al cielo sin la sangre. Desde el tiempo del Edén
ha habido abelitas y cainitas. Los abelitas pasan por
el camino de la sangre, el camino que Dios ha señalado.
Los cainitas siguen su propio camino. Repudian la doctrina
de la sangre y dicen que no expía el pecado.
Pero es mejor aceptar la palabra de Dios que la opinión
del hombre.
Volvamos de nuevo
al Génesis, al capítulo 8:20: «Y edificó
Noé un altar a Jehová y tomó de
todo animal limpio y de toda ave limpia y ofreció
holocausto en el altar.» Hemos ya pasado los dos primeros
mil años y nos hallamos en la segunda dispensación.
La idea que quiero hacer resaltar es ésta: lo
primero que hizo Noé al salir del arca fue edificar
un altar y matar animales, poniendo de esta forma sangre
entre él y su pecado. La segunda dispensación
se basa en la sangre y estos animales habían
pasado el diluvio en el arca, para que pudieran ilustrar
la indispensable necesidad de derramar sangre.
Abraham
ofreció a Isaac
De nuevo, en
Génesis 22:13 está escrito: «Entonces
alzó Abraham sus ojos y miró y he aquí
a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por los
cuernos, y fue Abraham y tomó el carnero y lo
ofreció en holocausto en lugar de su hijo.» El
camero era típico y fue ofrecido en lugar del
hijo de Abraham. Dios amaba tanto a Abraham que eximió
a su hijo, pero amó tanto al mundo que no eximió
a su propio hijo, sino que lo ofreció gratuitamente
por todos nosotros.
Es posible que
desde la cima del monte Abraham viera una visión
gloriosa. Que viera la cima del monte rociada con sangre;
que viera que los sacrificios iban a proseguir hasta
que el verdadero Isaac hiciera su aparición y
se ofreciera por todos nosotros. Abraham había
edificado el altar y se le mandó que tomara a
su propio hijo, lo atara y lo inmolara; había
atado al hijo y todo estaba dispuesto. Había
tomado el cuchillo e iba a inmolarse, porque ésta
era la orden y la voluntad de Dios. Él no comprendía
aquello, pero obedecía.
Ojalá
que hubiera muchos hombres así ahora, dispuestos
a obedecer a Dios a ciegas sin preguntar las razones
tras los actos ordenados. El anciano tomó a su
hijo y le explicó el secreto que le había
escondido durante todo el trayecto hasta allí:
que Dios le había ordenado que le ofreciera como
sacrificio. Y ató al muchacho de pies y manos
y lo colocó sobre el altar, y estaba a punto
de poner su mano sobre él cuando oyó una
voz que decía: «Abraham, Abraham, no extiendas
tu mano sobre el muchacho.» Dios fue más clemente
y misericordioso para el hijo de Abraham que para el
suyo propio, porque El lo dio gratuitamente por nosotros.
Descorrió
un poco la cortina del tiempo y le mostró a Cristo
que venía luego, en el futuro, y Abraham vio
sus pecados sobre Cristo y se sintió gozoso.
La Pascua
En Éxodo
12:13 leemos: «Y la sangre os será por señal
en las casas donde vosotros estéis y veré
la sangre y pasaré de largo en cuanto a vosotros
y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando
hiera la tierra de Egipto.» Dios no dijo: Cuando vea
vuestras buenas obras, cuando vea que habéis
orado, llorado y ayunado. No, sino «cuando vea la sangre
pasaré de largo. La sangre será por señal».
¿Qué fue lo que salvó a los israelitas?
Fueron las buenas resoluciones o quizá sus obras?
Fue la sangre. «Cuando vea la sangre pasaré de
largo.»
Es muy probable
que cuando alguno de los señores y grandes hombres
de Egipto cabalgaran de paso por Gosén y vieran
los israelitas rociando los postes de sus casas se dijeran
que nunca habían visto una necedad semejante;
el ensuciar la propia casa. Estaban rociando los postes
y el dintel de las casas con la sangre, pero no el umbral.
Dios no quería la sangre pisoteada y esto
es lo que está haciendo el mundo hoy.
Algunos predicadores
no hablan de la muerte de Cristo, sino de su vida, porque
esto es más agradable al oído natural,
pero aunque se predique la vida de Cristo para siempre
no va a salvar a nadie si se pone a un lado su muerte.
Un cordero vivo no podía preservar de la muerte
las casas de Gosén. Dios no dijo que quería
un cordero vivo en cada puerta, sino que los dinteles
y postes de las casas fueran rociadas con la sangre
del cordero.
La gente a veces
dice: «Si yo fuera tan bueno como este ministro que
ha predicado el evangelio durante cincuenta años»,
0 «si yo fuera tan bueno como esta madre, que ha hecho
tanto por sus hijos», pero si estamos detrás
de la sangre del Hijo de Dios estamos tan seguros como
el mayor cristiano que ha andado sobre la faz de la
tierra.
No es una larga
vida de servicio lo que hace a los hombres y a las mujeres
aceptables a Dios. Hemos de trabajar por Cristo, pero
obtenemos la salvación como un don y después
empezamos a trabajar porque no podemos por menos que
hacerlo. Toda la obra que una persona hace antes de
convertirse no sirve para nada.
El primogénito
en Gosén, protegido por la sangre del Cordero,
se hallaba tan seguro como Josué o como cualquier
hombre entre la población. El ángel de
la muerte pasó de largo cuando vio la sangre.
La mosca minúscula estaba tan segura en el arca
con Noé como el buey. Era el arca que salvaba
a la mosca, lo mismo que al buey, y es
la sangre
la que salva
tanto al más
fuerte como al más débil. Cuando la muerte
hizo acto de presencia aquella noche, al filo de la
espada, entró en el palacio del príncipe
y en las casas de los grandes y poderosos y todos ellos
pagaron su tributo a la muerte, porque todo primogénito
de Egipto pereció aquella noche. Lo único
que impidió entrar a la muerte fue la misma muerte.
Yo he pecado
y debo morir; o alguien ha de morir por mí. La
gran pregunta es: «¿Tenemos nosotros la señal
salvadera?» si la muerte viene a buscar a alguno esta
noche, ¿estará protegido tras la sangre? Esto
es lo importante. Es la muerte la que expía.
No mis buenas resoluciones u oraciones 0 mi posición
en la sociedad o lo que he hecho, sino lo que ha sido
hecho por otro. Dios busca la señal
Pongamos otra
ilustración. Supongamos que un hombre quiere
ir de Londres a Liverpool y entra en el coche del tren;
pronto va a oír la voz del revisor que pasa por
el pasillo y va pidiendo los billetes. Una persona puede
ser rica o pobre, blanca o negra, puede ser sabia o
ignorante, esto no es lo que el revisor desea averiguar;
lo que quiere son los billetes, porque el billete es
la señal de que se puede viajar al destino deseado.
No hubo
muerte donde había la sangre
Los egipcios
miraban a los israelitas cuando mataban el cordero y
rociaban con la sangre los postes y el dintel como una
serie de actos incomprensibles, pero no escapó
de recibir visita del ángel ninguna casa de la
ciudad sobre la que no había la señal
de la sangre; no importó si fuera una casa rica
o pobre; aquella noche esto no hizo diferencia alguna.
Hubo un prolongado gemido en cada casa, desde el palacio
a la choza en que no había sangre rociada, pero
donde la había la muerte no entró. Esto
mostró claramente la verdad de que sin el derramamiento
de sangre no hay remisión. Que ninguno se burle
de esta doctrina, porque «la sangre de Jesucristo, su
Hijo, nos limpia de todo pecado».
En el versículo
once de este mismo capítulo leemos: «Y lo comeréis
así; ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado
en vuestros pies y vuestro bordón en vuestra
mano, y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua
de Jehová.» Si no tenemos más poder es
porque no nos alimentamos del Cordero y es por esto
que hay tantos cristianos débiles. El Cordero
no sólo expía nuestros pecados, sino que
hemos de alimentarnos del Cordero.
Tenemos un largo
trayecto por el desierto delante, como los hijos de
Israel. Después de haber sido salvos tenemos
que ser alimentados de Cristo; Él es el verdadero
pan del cielo. Si no alimento mi alma del verdadero
pan del cielo estoy enfermizo y débil; no tengo
poder para salir y trabajar por Cristo, y ésta
es la razón, creo, de que hay tan pocos en la
Iglesia que tengan poder. Algunos creen que con dar
una mirada a Cristo ya basta. Algunos piensan mucho
en lo que comen; ¿por qué los hijos de Dios no
han de pensar mucho en su alimento espiritual?
No deberíamos
pensar que una comida espiritual nos va a durar para
diez años, como no pensamos que pueda durarnos
la comida corporal. Hay muchas personas que viven de
maná pasado y rancio. Un irlandés dijo
a su hijo: «Quiero que comas dos almuerzos. ¿Sabes por
qué?» El muchacho entendió que uno era
para su cuerpo y el otro para su alma. Todos los cristianos
deberían tomar dos almuerzos también para
el alma y para el cuerpo.
La Pascua tenía
que ser para los judíos el comienzo del recuento
de los meses del año. «Este mes os será
principio de los meses; para vosotros será éste
el primero en los meses del año» (Éxodo
12:2@ Los 400 años que habían estado en
servidumbre no contaban para nada porque éste
fue el primer mes del año para ellos. Y de la
misma manera todo el trabajo que hemos hecho durante
los años que hemos servido al diablo que hemos
estado en servidumbre en Egipto, por bueno que sea lo
hecho no cuenta para nada.
Todo empieza
a contarse a partir de la noche de la Pascua, el momento
en que fue puesta la sangre en los postes de las puertas.
Todo el tiempo que servimos al mundo no cuenta. Si no
acudes al Calvario todo es tiempo perdido por lo que
se refiere a la salvación. Todo lo que está
en el lado que antecede a la cruz no cuenta; lo primero
para ser salvo es la fe en Cristo y entonces empieza
el peregrinaje al cielo. En nuestro viaje al cielo no
empezamos, como suponen algunos, en la cuna. Empezamos
en la cruz. Tenemos una naturaleza caída que
nos arrastra a la condenación. Hemos de nacer
del Espíritu y
Estar
protegidos por la sangre
Si hemos de llagar
a ser peregrinos para el cielo. Cada uno tenía
que tener dispuesto un cordero para su casa «mas si
su familia fuera tan pequeña que no baste para
comer el cordero entonces él y su vecino inmediato
a su casa tomarán uno según el número
de las personas; conforme al comer de cada hombre haréis
la cuenta sobre el cordero.» El cordero no era demasiado
pequeño para la casa, pero la casa podía
ser demasiado pequeña para el cordero. Cristo
es bastante para cada casa, más que suficiente,
y debemos orar para que esta salvación alcance
a cada uno de los miembros de la casa.
Vayamos ahora
a Éxodo 29:16: «Y matarás el carnero y
con la sangre rociarás sobre el altar alrededor.»
Incluso Aarón no podía presentarse ante
Dios hasta que había rociado con sangre todo
el altar, y, cuando el sumo sacerdote entraba en el
lugar santísimo tenía que llevar sangre
consigo. Desde el tiempo en que Adán cayó
no ha habido otro medio por el cual el hombre pueda
acercarse a Dios que la sangre. No puedes ser recibido
por Dios hasta que acudes en la forma prescrita. Ha
sido así desde hace 6.000 años. Cuando
Adán cayó en Edén se rompió
la cadena de oro que enlazaba a la humanidad con el
trono de Dios, pero Cristo vino e hizo expiación
de esta caída.
Observemos de
nuevo en Levítico 8:23: «Y lo degolló
y tomó Moisés de la sangre y la puso sobre
el lóbulo de la oreja derecha de Aarón,
sobre el dedo pulgar de su mano derecha y sobre el dedo
pulgar de su pie derecho.» Antes yo leía un pasaje
así y me parecía absurdo. Creo que ahora
lo entiendo. La sangre sobre el lóbulo de la
oreja significa que hemos de escuchar la voz de Dios.
El hombre no convertido no entiende la voz de Dios y
se nos dice que cuando el incircunciso oía la
voz de Dios pensaba que eran truenos. No entendían
la diferencia entre la voz de Dios y el trueno. Sin
la sangre no podemos escuchar la voz de Dios y entenderla.
El hombre debe estar protegido tras la sangre antes
de que pueda escuchar la voz de Dios.
La sangre
en la mano significa que el hombre ha de trabajar
para Dios
No puedes trabajar
para Dios hasta que estás protegido tras la sangre,
y hasta que estás protegido por la sangre nada
de lo que haces tiene valor. Puedes construir iglesias,
dotar escuelas, sostener pastores y misioneros, pero
todo ello es inútil hasta que estás resguardado
tras la sangre. No dejes que nadie te engañe
a este respecto. No le dejes a Satán que te engañe
diciéndote que puedes ir al cielo por algún
otro medio. Le preguntaron a Cristo: «¿Qué hemos
de hacer para hacer las obras de Dios?» Quizá
los que se lo preguntaron tenían la bolsa llena
y estaban dispuestos a construir iglesias. Cristo les
dijo que la obra de Dios era que debían creer
en su Hijo. Pero ellos no estaban dispuestos a hacer
algo tan pequeño; preferían hacer algo
importante, pero esto era todo lo requerido. No puedes
hacer nada que agrade a Dios hasta que creas.
«He aquí
el obedecer es mejor que los sacrificios.» La gente
pueden hacer obras día y noche y trabajar hasta
agotarse, pero nunca harán nada aceptable hasta
que hagan lo que Dios requiere de ellos.
La sangre del
dedo del pie derecho muestra que Aarón tenía
que andar con Dios. Cuando Adán cayó su
comunión con Dios quedó interrumpida.
Antes Adán andaba con Dios, pero en el momento
que pecó perdió la comunión con
p 1 y a partir de entonces hasta ahora
Dios ha procurado
conseguir que el hombre entre de nuevo en comunión
con Dios es un Dios de verdad y de justicia. Su justicia
debe ser cumplida y una vez ha sido cumplida está
satisfecho. Dios no había vuelto a andar con
el hombre hasta que le hubo puesto tras la sangre, en
Gosén. ¿Qué podía oponerse a ellos
entonces? Pasaron el mar Rojo y Dios dijo a Josué:
«Conquista este país y nadie va a poder oponerse
a ti en todos los días de tu vida.» En los días
de Josué había gigantes en la tierra que
ellos tenían que alcanzar, pero un mozuelo de
las huestes del Señor derrotó al gigante
de Gat. Si Dios es con nosotros los gigantes son como
saltamonte, pero si Dios no está con nosotros
la cosa es diferente. Más bien quisiera tener
a diez hombres apartados del mundo que a diez mil cristianos
nominales que van a la reunión de oración
esta noche y mañana al baile.
En Levítico
16:14 se nos dice: «Tomará luego de la sangre
del becerro y la rociará con su dedo hacia el
propiciatorio al lado oriental; hacia el propiciatorio
esparcirá con su dedo siete veces de aquella
sangre.» Parece como si Dios hubiera dado originalmente
a Adán una vida que le permitiera tener comunión
con Él, pero en el día en que quebrantó
el mandamiento perdió esta comunión. Y
a partir de entonces Dios ha procurado conseguir que
el hombre vuelva a tener comunión con Él.
Pero ¿cómo podía Dios ser a la vez justo
Y justificar a los pecadores? Esto lo hizo por medio
de la sangre de Cristo. «La vida de la carne está
en la sangre.» Dios requiere sangre para la expiación
del pecado.
La vida del hombre
estaba destruida y tenía que morir o satisfacer
la paga del pecado: la muerte. No podía pagar
y vivir, así que necesitaba un substituto.
Todo hombre ha
pecado y nadie podía ser un substituto de su
prójimo, pero Cristo estaba sin pecado y podía
ser el substituto del hombre y Él pasó
a ser este substituto, porque murió en lugar
del hombre para satisfacer la ley. Así que la
pregunta que cada uno ha de responder es si va a amar
y servir a Aquel que murió para redimirnos con
su preciosa sangre.
En Levítico
17:11 leemos: «Porque la vida de la carne en la sangre
está y yo os la he dado para hacer expiación
sobre el altar por vuestras almas, y la misma sangre
hará expiación de la persona.» Puede haber
algunos que digan: «Porque pide sangre Dios.» Algunos
me han dicho: «Yo detesto a vuestro Dios; requiere sangre.
No puedo creer en un Dios así, porque mi Dios
es misericordioso para todos.» Yo quiero decirte que
mi Dios está lleno de misericordia. Pero no seas
tan ciego como para creer que Dios no es justo y que
no tiene en su mano el gobierno.
Supongamos que
la reina Victoria no quisiera que ningún hombre
se viera privado de su libertad y abriera todas las
prisiones y fuera tan misericordioso que no pudiera
consentir que ninguno sufriera, aunque fuera por su
culpa. ¿Cuánto tiempo duraría en el trono?
¿Cuánto tiempo seguiría rigiendo este
imperio? Ni veinticuatro horas. Los mismos que claman
diciendo que Dios ha de ser misericordioso dirían:
«No queremos una reina así.»
Dios
es justo
Dios es misericordioso,
pero Él no va a aceptar ningún pecador
no redimido en el cielo. Si lo hiciera los redimidos
enarbolarían una bandera de protesta indignada
contra el trono y habría una revuelta en el cielo.
Dios dijo a Adán: El día que pecares ciertamente
morirás. El pecado entró y con él
la muerte en el mundo. La palabra de Dios tiene que
ser mantenida. Yo debo morir o que alguien muera por
mí, y en la plenitud de los tiempos Cristo vino
para morir por el pecador.
Él era
sin pecado, pero si Él hubiera cometido algún
pecado habría tenido que morir por su propio
pecado. La vida de la carne está en la sangre
y no es la sangre la que Él exige realmente;
es la vida y la vida está perdida. Todos hemos
pecado y ha de venir la muerte o la justicia ha de seguir
su curso. Gloria a Dios en lo alto porque Él
envió a su Hijo, nacido de mujer, para tomar
nuestra naturaleza y morir en nuestro lugar, sufriendo
la muerte por los hombres. Si quitas la sangre de mi
cuerpo desaparece la vida.
Dios
exige sangre
Él exige
la vida. El hombre ha pecado, por tanto, ha perdido
su vida y tiene que morir o hay que hallar a alguien
que muera en su lugar. Amigos míos, sólo
he tocado este tema. Si leéis cuidadosamente
hallaréis que este hilo escarlata discurre a
lo largo de toda ella. Comienza en el Edén y
fluye hasta el Apocalipsis. No puedo hallar nada que
me enseñe el camino al cielo
Excepto
la sangre
No valdría
la pena que nos lleváramos a casa este libro,
la Biblia, si quitáramos de ella el hilo escarlata
de la sangre, y no nos enseña nada más,
porque la sangre empieza en el Génesis y sigue
hasta el Apocalipsis. Es para esto que ha sido escrito.
Nos cuenta su propia historia y si alguien viene y predica
otro evangelio no le creáis. Si un ángel
bajara del cielo y predicara algo distinto no le creáis.
No juguéis con el tema de la sangre. A la hora
de la muerte daríais más para estar resguardados
por esta sangre que ninguna otra cosa en la tierra o
en el Cielo. |