Cristo
llora sobre Jerusalén
«Y al salir Él
vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos
y sanó a los que de ellos estaban enfennos.»
(Mateo 14:4). Se nos dice con frecuencia en las Escrituras
que Jesús se compadeció de alguno o que
fue movido a compasión; en este versículo
vemos que después que los discípulos de
Juan el Bautista le dijeron que su maestro había
sido decapitado Jesús se fue a un lugar desierto
y que la multitud le siguió y que Él,
al ver la multitud, «tuvo compasión de ellos»
y sanó a sus enfermos.
Pero miremos
otra vez. Jesús va al monte de los Olivos. Ya
está casi bajo la sombra de la cruz. De repente
la ciudad se presenta ante su vista. Allá a lo
lejos se ve el templo; lo ve en toda su gloria y esplendor.
El pueblo está gritando: «¡Hosanna al Hijo de
David!» Arrancan hojas de palmera y quitándose
los vestidos los extienden sobre el camino delante de
Él y gritan aún más: «Hosanna al
Hijo de David», inclinándose delante de Él.
Pero Él no hace caso. Sí, incluso el Calvario,
con toda su amargura, pone a un lado. Getsemani se halla
al pie de la colina; también lo olvida. Al mirar
la ciudad que Él ama el gran corazón del
Hijo de Dios se llena de compasión y exclama
a grande voz:
«¡Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas
a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise
juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos
debajo de las alas y no quisiste!
Amigos míos,
miradle llorando sobre Jerusalén. ¡Qué
ciudad tan hermosa debía ser! Exaltada hasta
los cielos. ¡Oh, si hubiera conocido el día de
su visitación y hubiera recibido a su rey en
vez de rechazarle, qué bendiciones habrían
caído sobre ella! ¡Oh, tú, desgraciado,
que te has hecho atrás, contempla al Cordero
de Dios, que está llorando sobre ti, clamando
que vayas a Él para que recibas cobijo y refugio
de la tempestad que va a abatirse sobre la tierra!
Mira
al pobre Pedro
Mirad lo que
hace. Está negando al Señor y jura y perjura
que no le conoce. Si alguna vez Jesús ha necesitado
simpatía, si alguna vez ha necesitado a los discípulos
a su alrededor, era aquella noche, cuando estaban presentando
testigos falsos contra Él, tratando de condenarle
a muerte, y allí estaba Pedro, el discípulo
más destacado, jurando que no conoce a Cristo.
Jesús podría haberse vuelto a Pedro y
decirle: «Pedro, ¿es cierto que no me conoces?
¿Es verdad que
te has olvidado de que curé a tu suegra cuando
estaba en trance de muerte? ¿Es verdad que te has olvidado
de que te salvé cuando te hundías en el
agua? ¿Es verdad, Pedro, que has olvidado lo que viste
en el monte de la Transfiguración, cuando se
unieron los cielos y la tierra y oíste la voz
que hablaba desde las nubes? ¿Es verdad que has olvidado
la escena en aquella montaña, cuando tú
querías plantar tres tiendas? ¿Es verdad, Pedro,
que me has olvidado? Sí, esto es lo que Jesús
podría haberle echado en cara al pobre Pedro,
pero en vez de esto le da una mirada llena de compasión
que partió el corazón de Pedro, el cual,
saliendo de allí, fue y lloró amargamente.
El perseguidor
Saulo
Demos una mirada
a este atrevido blasfemo y perseguidor que intenta extirpar
la Iglesia primitiva y que está respirando amenazas
y matanza cuando Cristo le atajó en el camino
de Damasco. Es el mismo Jesús todavía.
Escuchad para oír lo que dice: «Saulo, Saulo,
¿por qué me persigues?» ¡Cómo! Podría
haberle petrificado con una mirada o con su aliento
dejarle sin vida, pero en vez de ello el corazón
del Hijo de Dios siente compasión y exclama:
«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Si hay
algún perseguidor aquí esta noche quiero
preguntarte: ¿Por qué persigues a Jesús?
Él te ama, pecador. Él te ama, perseguidor.
No has recibido
de El sino bondades y amor. Y Saulo exclamó:
«¿Quién eres, Señor?» Y Él le contestó:
«Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura
cosa te es dar coces contra el aguijón.» Es una
cosa dura luchar contra un amigo así, contender
contra quien nos ama como nos ama El y el Saulo perseguidor,
lleno de soberbia, se prosterna y exclama; «Señor,
¿qué quieres que haga?» Y el Señor se
lo dijo y él lo hizo. Quiera el señor
tener compasión del infiel, del escéptico,
del perseguidor. Déjame que te pregunte, amigo:
¿Hay alguna razón por la que odies a Cristo,
por la que tu corazón se haya vuelto contra Él?
Recuerdo una
historia sobre una maestra de escuela dominical que
dijo a sus alumnos que siguieran todos a Jesús
y que todos podían ser misioneros y salir a trabajar
para los otros. Y un día una de las niñas
más pequeñas fue a ella y le preguntó:
Le dije a una amiga mía (y le dijo el nombre)
que viniera conmigo y me dijo que vendría de
buena gana, pero que su padre es un incrédulo.»
¿Por
qué no amas a Jesús?
Y la niña
quería saber lo que era un incrédulo y
la maestra se lo explicó. Y un día, cuando
la niña iba camino a la escuela, este incrédulo
salía de Correos con unas cartas de amor en la
mano, y la niñita corrió hacia él
y le preguntó: «¿Por qué no ama usted
a Jesús?»
El hombre tuvo
el impulso de apartarla con la mano y seguir su camino,
pero la niña insistió: «¿Por qué
no ama usted a Jesús?» Si hubiera sido un hombre
el que le hubiera hecho la pregunta el incrédulo
se habría molestado, pero no sabía qué
hacer con una niñita, y ésta, con lágrimas
en los OJOS le preguntó otra vez: «ioh, por favor!,
dígame, ¿por qué no ama usted a Jesús?
» El hombre prosiguió su camino hacia su oficina,
pero le daba la impresión de que en cada carta
que leía veía escrito: «¿Por qué
no ama usted a Jesús?» Intentó escribir,pero
obtuvo el mismo resultado; cada carta parecía
preguntarle: «¿Por qué no ama usted a Jesús?»
Tiró la
pluma, desesperado y se marchó de la oficina,
pero no podía librarse de la pregunta; se la
hacía una vocecita queda dentro y mientras andaba
le parecía que el mismo suelo y los mismos cielos
le susurraran: «¿Por qué no ama usted a Jesús?»
Al fin se fue a su casa y allí le pareció
que sus propios hijos le hacían la misma pregunta,
por lo que le dijo a su esposa: «Me iré a la
cama temprano esta noche», pensando que echándose
a dormir la cosa terminaría, pero tan pronto
hubo puesto la cabeza sobre la almohada le pareció
que ésta le susurraba lo mismo.
Se levantó
a medianoche y dijo: «Puedo buscar algún punto
en que Cristo se contradiga a sí mismo, y lo
hallaré y esto demostrará que es un mentiroso.»
Bien, el hombre se levantó y empezó a
leer el evangelio de Juan y leyó desde las primeras
palabras hasta que llegó a «De tal manera amó
Dios al mundo que ha dado a su hijo unigénito
para que todo aquel que cree en Él no perezca,
sino que tenga vida eterna.» « ¡Qué amor! »,
pensó, y al fin el corazón del incrédulo
se sintió conmovido. No podía encontar
razón alguna para no amar a Jesús y arrodillándose
oró y antes de que saliera el sol el antiguo
incrédulo había entrado en el reino de
Dios.
Reto a quien
sea, en toda la faz de la tierra, a que halle una razón
para no amar a Cristo. Es sólo aquí en
la tierra que los hombres creen que tienen alguna razón
para no hacerlo. En los cielos le conocen y cantan:
«Digno es el Cordero que fue inmolado.» Oh, pecador,
si le conocieras no procurarías hallar razones
para no amarle. Él es «el primero entre diez
miles, y grande es su hermosura.» Tengo idea de que
muchos dicen aquí: «Me gustaría mucho
hacerme cristiano y saber cómo puedo llegar a
Él y ser salvo.»
Ve a
Él como un amigo personal
Desde hace veinte
años sigo esta regla: Cristo está siempre
tan cerca como pueda estarlo personalmente cualquier
otra persona viva, y cuando tengo problemas, tribulaciones,
aflicciones, voy a Él con ellas. Cuando necesito
consejo voy a Él tal como si estuviera cara a
cara, hablando conmigo. Hace veinte años conocí
a Dios una noche y Él me tomó en su seno
y ahora preferiría renunciar a mi vida esta noche
que renunciar a Cristo o dejarle o que Él me
dejara a mí y que no tuviera a nadie a quien
pudiera llevar mis cargas o mis penas.
Él vale
para mí más que todo el mundo y esta noche
Él tiene compasión de vosotros como tuvo
de mí. Yo había estado intentando durante
semanas hallar el camino a Él y por fin fui y
puse mi carga sobre Él y entonces Él se
me reveló y a partir de entonces he tenido en
Él un amigo verdadero y afectuoso, el amigo que
necesitaba. Ve directamente a Él. No tienes por
qué ir a ningún hombre, a esta o aquella
Iglesia. «Yo soy el camino, la verdad y la vida.»
No hay ningún
nombre tan querido por los norteamericanos como el de
Abraham
Lincoln
y en una audiencia
como ésta en nuestro país se puede conseguir
que las lágrimas desciendan por las mejillas
de los presentes con sólo mencionar este nombre:
Lincoln es muy querido por los norteamericanos. ¿Queréis
saber la razón? Voy a decírosla. Era un
hombre compasivo, era amable y conocido por su tierno
corazón hacia los oprimidos y los pobres. Nadie
iba a él con una historia personal triste sin
que él sintiera compasión, no importaba
el nivel de la persona en la escala social. Siempre
tenía interés en los pobres. Hubo un tiempo
en nuestra historia cuando pensamos que Lincoln tenía
demasiada compasión.
Muchos de nuestros
soldados no entendían la disciplina del ejército
y muchos no cumplían debidamente las reglas militares.
Intentaban hacerlo, pero no lo hacían en realidad.
Muchos, como resultado, cometieron delitos graves y
se les hicieron consejos de guerra y fueron condenados
a ser fusilados, pero Abraham Lincoln siempre los perdonaba
y al fin la nación tuvo que levantarse en protesta
diciendo que era demasiado misericordioso. Finalmente
consiguieron que admitiera que si un soldado pasaba
por un consejo de guerra y era condenado tenía
que ser fusilado y que no podían concederse indultos.
El centinela
dormido
Unas pocas semanas
después de esto se descubrió a un soldado
bisoño durmiendo en su puesto de guardia. Se
le hizo pasar por un consejo de guerra y fue condenado
a muerte. El muchacho escribió a su madre: «No
quiero que creas que no amo a mi patria. La cosa sucedió
de este modo: mi compañero estaba enfermo y yo
fui a hacer guardia en su lugar, y la noche siguiente,
cuando le tocaba a él como todavía seguía
enfermo, fui a hacer guardia por él de nuevo
y sin querer me quedé dormido.
No tenía
intención de ser desleal.» Era una carta conmovedora,
pero los padres reconocieron que no había posibilidad
de hacer nada, porque no habría más indultos.
Pero había un niña en aquella casa que
sabía que Abraham Lincoln tenía un hijo
pequeño y que amaba a este niño; la niña
pensó que si Abraham Lincoln supiera lo que sus
padres amaban a su hermano nunca permitiría que
lo fusilaran, así que tomó el tren para
ir a rogar al presidente en favor de su hermano, y cuando
llegó a la mansión del presidente apareció
la dificultad de tener que pasar el puesto del centinela.
Así que le contó esta historia y el centinela,
con lágrimas en los ojos, la dejó pasar.
Pero la próxima dificultad fue pasar al secretario
y a los otros funcionarios.
Sin embargo,
consiguió llegar finalmente a la sala privada
del presidente y allí había senadores
y ministros, todos ocupados en asuntos del Estado. El
presidente vio a la niña y la llamó y
le dijo: «¿Niña, qué quieres?» Y la niña
le contó la historia. Las lágrimas se
le saltaron de los ojos al presidente. Era padre y su
corazón estaba apesadumbrado; no podía
resistirlo. Trató a la niña bondadosamente
y luego indultó al muchacho, le dio treinta días
de permiso y le envió a su casa para que fuera
a ver a su madre. Su corazón rebosaba compasión.
Y dejadme que
os diga, el corazón de Cristo está más
lleno de compasión que el de hombre alguno. Vosotros
estáis condenados a muerte por vuestros pecados,
pero si vais a Él, como Lázaro, os dirá:
«Desatadle, dejadle ir.» «Puedes irte, estás
libre.» Él va a reprender a Satán y, como
Lázaro, vivirás otra vez. Ve a El, como
esta niña fue al presidente, y cuéntaselo
todo, no omitas nada y Él dirá: «Vete
en paz.»
El toque
de compasión
Quiero preguntar
al cristiano antiguo que se ha vuelto atrás:
¿Has sentido alguna vez el toque de la mano de Jesús?
Si es así vas a conocerlo otra vez, porque hay
amor en él. Se cuenta una historia en relación
con nuestra guerra referente a una madre que recibió
el informe de que su hijo estaba mortalmente herido.
Fue al frente y allí se enteró de que
los soldados destacados para cuidar a los enfermos y
heridos no tenían mucha experiencia en hacerlo
y que ella podría hacerlo mucho mejor. Así
que fue al médico y le dijo: «¿Tiene inconveniente
en que yo cuide a mi hijo?» Pero él médico
le contestó: Ahora está durmiendo y si
usted va y le despierta su sorpresa será tan
grande que será peligroso para él.
Está
en estado crítico. Yo le daré la noticia
primero de que usted está aquí poco a
poco.» «Pero», dijo la madre, «es posible que no se
despierte más. Me gustaría mucho verle.»
¡Cuánto deseaba verle! Finalmente el doctor dijo:
«Puede verle, pero si le despierta puede morir allí
mismo y usted no se lo perdonará.» «Bueno», dijo
ella, «no voy a despertarle; basta con que vaya a su
camastro y pueda verle».
La madre fue
a su lado. Sus ojos deseaban ver al hijo y al contemplarle
su mano no pudo por menos que ponerse sobre la frente
pálida del hijo y allí la mantuvo suavemente.
Había amor y simpatía en aquella mano
y en el momento que el muchacho la sintió dijo:
« ¡Oh, madre, has venido'» Él sabía que
había amor en el toque de aquella mano. Y si
tú, oh, pecador, dejas que Jesús ponga
su mano y toque tu corazón, tu también
hallarás que hay amor y simpatía en ella.
La oración de mi corazón es que toda alma
perdida aquí sea salva y venga a los brazos de
nuestro bendito Salvador.
Jesús, mi Salvador, vino
a Belén,
nació en un pesebre humilde y sencillo;
¡Qué maravilla, pues vino a buscarme!
Bendito sea su nombre.
Jesús, mi Salvador, fue al Calvario
y allí pagó mi deuda, hizo libre
mi alma;
¡Qué maravilla que fuera esto así!
¡Que muriera por mí, por mí!