«Y al salir Él
vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos
y sanó a los que de ellos estaban enfennos.» (Mateo
14:4).
Se nos
dice con frecuencia en las Escrituras que Jesús
se compadeció de alguno o que fue movido a compasión;
en este versículo vemos que después que
los discípulos de Juan el Bautista le dijeron
que su maestro había sido decapitado Jesús
se fue a un lugar desierto y que la multitud le siguió
y que Él, al ver la multitud, «tuvo compasión
de ellos» y sanó a sus enfermos.
Si Jesús
estuviera esta noche aquí, de pie, en mi lugar,
su corazón también se compadecería
al mirar porque Él, al observar vuestro rostro
podría ver las cargas, tribulaciones y aflicciones
que tenéis que llevar.
Están
escondidas a mis ojos, pero Él las conoce y por
ello, cuando las multitudes se aglomeraban a su alrededor,
Él sabía cuántos había allí
con el corazón dolorido y el cuerpo quebrantado.
Pero Él está aquí esta noche, aunque
no le podemos ver con los ojos del cuerpo y no hay pena
ni tribulación que alguien esté sufriendo
que e1 no conozca, y Él es el mismo esta noche
que cuando estaba sobre la tierra; el mismo Jesús,
el mismo Jesús compasivo.
Cuando vio la
multitud tuvo compasión de ellos y sanó
a sus enfermos, y espero que Él va a sanar a
muchas almas enfermas aquí y va a restañar
muchas heridas y vendar muchos corazones. Y dejadme
decir al empezar el sermón que no hay corazón
magullado del que el Hijo de Dios se compadezca y sane
si se le da oportunidad. «No quebrará la caña
cascada ni apagará el pabilo que humea.» Él
vino al mundo para traer misericordia, gozo, compasión
y amor.
Si yo fuera un
artista me gustaría bosquejar algunas escenas
bíblicas esta noche y poner delante de vosotros
esta gran multitud de la cual Él tuvo compasión.
Y luego dibujaría otro apunte del leproso que
se le acerca, lleno de manchas y costras, de pies a
cabeza. Aquí hay un hombre a quien han echado
de su casa, que ha sido abandonado por sus amigos, que
va a Jesús con su historia desgraciada y triste.
Y ahora, amigos, permitidme que
hagamos
vívidas las historias de la Biblia
porque son todas
reales. Pensemos en el leproso. Pensemos en lo mucho
que ha sufrido. No sé cuántos años
hace que está alejado de su esposa, hijos y hogar,
pero sí sé que vive solo. Lleva puesto
un vestido especial, como un sambenito, para que todo
el que se le acerca se dé cuenta de que es inmundo.
Y cuando él
veía a alguno tenía que advertirle, gritando:
«¡Inmundo! ¡Inmundo! ¡Inmundo!» Sí, y si su propia
esposa hubiera ido a decirle que uno de los hijos estaba
muriéndose el leproso no se habría atrevido
a acercarse a ella; tenía la obligación
de apartarse.
Tenía
que escuchar a los demás desde cierta distancia
y no podía estar presente en los últimos
momentos de su hijo. Era, por así decirlo, un
hediondo cadáver vivo; algo peor que la muerte.
Y aquí tenemos a este hombre, un desecho, un
paria, hacia el cual no se extendía una mano
amiga. ¡Oh, qué vida tan terrible Pensemos luego
en que se está acercando a Cristo y que cuando
Cristo le ve se nos dice: tuvo compasión de él.
El corazón
de Jesús latía al unísono con el
del pobre leproso: tuvo compasión de él
y el leproso se acercó a Jesús y dijo:
«Señor, si quieres puedes limpiarme.» Sabía
que nadie podía hacer una cosa semejante excepto
el mismo Hijo de Dios y
el gran
corazón de Cristo
fue movido a
compasión por el leproso. Oigamos las palabras
de gracia que salen de los labios de Jesús: «
¡Quiero; sé limpio!», y el leproso se mira y
se ve limpio en aquel mismo instante. Veámosle
ahora camino de su casa y de sus hijos y amigos. Ya
no es un paria, algo asqueroso, afectado por la terrible
enfermedad de la le ra, sino que vuelve a los suyos
con regocijo. Ahora bien, amigos, podéis decir
que os produce lástima un hombre cuyas condiciones
son tan tristes, pero ¿se os ha ocurrido alguna vez
que vosotros estáis en condiciones mil veces
peores?
La lepra del
alma es mucho peor que la lepra del cuerpo. Y preferiría
mil veces tener el cuerpo lleno de lepra que ir al infierno
con el alma llena de pecado. Sería mucho mejor
que me cortaran una mano o que se me secara un pie y
que me quedara ciego todos los días de mi vida
a ser expulsado de la presencia de Dios a causa de la
lepra del pecado. Escucha los gemidos y la agonía
que llena este mundo a causa del pecado. Si eres un
alma enferma del pecado, llena de lepra, tu que estás
aquí esta noche, si vienes a Cristo, Él
tendrá compasión de ti y te dirá
como dijo a este leproso: «Quiero, sé limpio.»
El muerto
resucitado
Vayamos ahora
al siguiente cuadro que representa a Jesús movido
a compasión. Ved esta casita. En ella vive una
pobre viuda. Quizás hace unos meses que enterraron
a su marido y ahora sólo tiene un hijo. ¡Cómo
le idolatra! Confía en que va a ser el apoyo
y sostén de su edad avanzada. Le ama más
que su propia sangre y vida.
Pero mirad, la
enfermedad entra en la casa y la muerte viene y pone
su mano helada sobre el muchacho. Podéis ver
a la madre, viuda, velándole día y noche,
pero al fin los ojos del enfermo se cierran y su dulce
voz es apagada para siempre. Por lo menos así
lo piensa ella. No va a oírle más una
vez lo hayan enterrado. Ha llegado la hora del entierro.
Muchos habéis estado en una casa que en que hay
luto y habéis acompañado, con los amigos,
el cadáver a la tumba, y dais una mirada a la
persona amada por última vez. No hay ninguno
aquí que no haya perdido algún deudo suyo.
Nunca he ido
a un entierro y visto a una madre dando el último
adiós a un hijo muerto sin que haya sentido un
dardo que me penetraba el corazón o haya podido
retener las lágrimas ante una vista semejante.
Bien, la madre da el último beso a la frente
fría; el último beso y la última
mirada, y el cuerpo, tapado, en el ataúd, va
a ser puesto en su lugar definitivo.
La madre tiene
muchos amigos. La ciudad de Naín asistía
en masa a este entierro. Veo la multitud que se empuja
hacia las puertas de la ciudad, y más lejos,
acercándose por el camino polvoriento veo a trece
hombres, cansados, que se hacen a un lado para dejar
paso a la comitiva. El grupo lo forman el Hijo de Dios
y sus discípulos íntimos. Jesús
mira la escena, ve la madre sollozando, abrumada, con
el corazón hecho trizas, y Él mismo siente
que se le conmueve el corazón. Sí, el
gran corazón del Hijo de Dios tiene compasión
y se acerca al féretro, lo toca y dice:
«Joven
a ti te digo, levántate»
y el muchacho
se incorpora y empieza a hablar. Puedo ver a la multitud
atónita; puedo ver a la viuda, madre del chico,
que regresa a su casa con los rayos matutinos de la
resurrección brillando en su corazón.
Sí, Jesús había tenido compasión
de ella. Y no hay viuda en esta sala a cuya voz Cristo
no responda dándole paz en sus tormentas.
Oh, queridos
amigos, permitidme que diga que si vuestro corazón
está dolorido necesitáis a un amigo como
Jesús. Él es el amigo que necesita la
viuda; Él es el amigo que todo corazón
que sangra necesita; Él tendrá compasión
de ti y vendará tus heridas si quieres acudir
a Él tal como te encuentras. Él te recibirá
sin reprenderte ni disciplinarse en su amoroso seno
y te dirá: «Paz a ti», y andarás a la
luz del sol de su amor a partir de este momento. Cristo
vale más que todo el mundo junto. Él es
el amigo que necesitas y ruego a Dios que cada uno de
vosotros pueda conocerle en este momento como Salvador
y amigo.
El hombre
a quien robaron y maltrataron
El cuadro siguiente que voy
a bosquejar para ilustrar la compasión de Cristo
es el del hombre que desciende a Jericó y cae en
manos de ladrones. Le han quitado el manto y el dinero
que llevaba; le han apaleado y le han dejado medio muerto.
Miradle, herido, sangrante, sin conocimiento. Y ved ahora
por el camino un sacerdote que pasa y da una mirada a
la escena. No siente compasión ni deseo alguno
de ayudar al pobre hombre. Pasa de largo por el otro lado
del camino sin acercarse demasiado. Después de
este sacerdote
viene un levita, el cual dice: «Pobre
hombre.» No, tampoco hace nada por él. ¡Ay, son
muchos los que obran como el sacerdote y el levita!
Quizás algunos, al venir a esta sala, habéis
visto algún borracho tambaleándose por
la calle y habéis dicho simplemente: «Pobre desgraciado»,
sino es que os habéis reído de alguna
necedad que ha dicho o hecho el desgraciado.
Nosotros somos
muy diferentes del Hijo de Dios. Al fin pasa un samaritano
y da una mirada al herido y siente compasión
de él. Se apea del asno y tomando aceite lo vierte
sobre las heridas, se las venda y lo saca de la cuneta,
lo coloca sobre su bestia y se lo lleva al mesón,
donde dispone lo que hay que hacer para su cuidado.
Este buen samaritano representa a vuestro Cristo y al
mío. Vino al mundo para buscar y salvar
lo que
se había perdido
Joven, tú
has venido a Londres y has acabado juntándote
con malas compañías. Has ido con ellos
a lugares de vicio y tabernas y te han dejado mal herido
y sangrando. ¡Oh, ven esta noche al Hijo de Dios y Él
va a tener compasión de ti y te sacará
de esta inmundicia y te transformará elevándote
a su reino y llevándote a las alturas de su gloria
si se lo permites. No importa quién seas; no
importa cuál haya sido tu vida pasada. Como dijo
Jesús a la pobre mujer adúltera: «Ni yo
te condeno; vete y no peques más.» Jesús
tuvo compasión de ella y tiene compasión
de ti. Este hombre que desciende de Jerusalén
a Jericó representa a millares aquí en
Londres y este buen samaritano representa al Hijo de
Dios. Joven, Jesucristo ha puesto su corazón
para salvarte. ¿Quieres recibir su amor y compasión?
No albergues pensamientos duros acerca del Hijo de Dios.
No creas que te condena. Ha venido para salvarte.
El Hijo
pródigo
Pero me gustaría
pintar otro cuadro, otra escena, la del joven que se
marchó de su casa, que encontramos en el capítulo
quince de Lucas; un hijo ingrato que pidió a
su padre la parte de la herencia que le correspondía
ya antes de tener derecho a ella; la quería al
instante. Le dijo a su padre: «Dame la parte de la hacienda
que me corresponde», y su buen padre le dio su parte
y él se marchó. Ahora le vemos que emprende
su camino, lleno de orgullo, arrogante, y empieza a
vivir con todo despilfarro en un país extranjero,
pongamos Londres. ¿Cuántos habéis venido
a Londres, que es para vosotros un país extranjero,
para malgastar el dinero? Sí, y este joven fue
popular en tanto que tuvo dinero. Sus amigos duraron
lo mismo que el dinero.
En tanto lo tiene
paga la cuenta en la taberna y todos sus compinches
le dan el parabien y palmaditas a la espalda. ¡Qué
locura! Pero ido el dinero se terminaron los amigos.
¡Oh, los que servís al diablo tenéis a
un amo muy duro! Bien, cuando el dinero del hijo pródigo
hubo desaparecido sus amigos se rieron de él
y le llamaron necio, lo cual era una gran verdad. ¡Qué
ciego y equivocado estaba este joven! Mirad lo que se
perdió. Perdió el hogar de su padre, mesa
y comida, la reputación, el confort y su trabajo,
aunque más adelante consiguió otro en
aquel país apacentando cerdos. Éste era
un negocio ¡legítimo para él, no le correspondía
hacerlo. Y esto es lo que hace
el que
se vuelve atrás
está a
sueldo del diablo. Ha perdido el tiempo y su reputación.
Nadie tiene confianza en uno que se vuelve atrás,
porque incluso el mundo desprecia a los tales. Este
hombre no tiene ya reputación. Miradle entre
los cerdos. Un día pasa uno en aquel país
extraño y viéndole dice: «¿Qué
hace este desgraciado, sin calzado, medio desnudo, vigilando
cerdos?» «Ah», dice el pródigo, «no hables de
mí de esta manera. Mi padre es rico y sus criados
van me . or vestidos que tú» - « ¡Qué
va! », dice el otro.
«Si tuvieras
un padre tal como describes estoy seguro que no te reconocería.»
Y nadie quería creerle.
Ha perdido
su testimonio
Nadie da crédito
ni cree a uno que se hace atrás. Si habla del
goce que ha tenido con el Señor nadie le cree.
¡Oh, desgraciado, me das lástima! Sería
mejor que regresaras al hogar. Por lo menos el pobre
hijo pródigo volvió en sí y dijo:
«Me levantaré e iré a mi padre»,y lo hace
y se pone en marcha. Miradle por el camino, pálido,
hambriento, con la cabeza gacha, sin fuerzas y quizás
enfermo. Nadie puede reconocerle como no sea su padre.
Pero el amor tiene una vista como un lince para distinguir
su objetivo. El anciano ha estado esperándole.
Podemos verle muchas noches en el terrado mirando en
lontananza por si le ve de lejos.
Muchas noches
ha estado orando a Dios, pidiendo que su hijo pródigo
regrese. Todos los que le han hablado de él en
aquel país extranjero le han dicho que el chico
avanza rápidamente hacia su ruina total. El anciano
pasa mucho tiempo orando por él y al fin su fe
empieza a vigorizarse y dice: «Creo que Dios va a enviarme
a mi hijo y un día ve, desde lejos, al hijo perdido,
pero ahora hallado.
No le reconoce por el vestido, pero
sí por el paso y el porte y se dice: « Sí,
éste es mi hijo.» Ved cómo el padre baja
rápido las escaleras, cómo se precipita
hacia el camino, cómo corre. ¡Ah!, es, podríamos
decir, lo mismo que hace Dios. Muchas veces el Dios
de la Biblia es representado apresurándose, corriendo;
tiene gran prisa para recibir al que se ha hecho atrás.
Sí, el
anciano está corriendo, ve de lejos a su hijo
y tiene compasión de él. El muchacho quiere
contarle la historia de lo que ha hecho y dónde
ha estado y el padre quiere oírle; su corazón
está lleno de compasión y lo abraza en
su seno. El muchacho quiere entrar y quedarse en la
cocina con los sirvientes, pero el padre no le deja.
¡No!, manda a los criados que le pongan zapatos en los
pies y anillo en el dedo y que maten el becerro grueso
y hagan todos una fiesta.
El hijo pródigo
ha vuelto al hogar, el que se había hecho atrás
ha regresado. ¡Oh, tú que te has vuelto atrás
vuele al hogar y habrá gozo en tu corazón
y en el corazón de Dios! ¡Que Dios haga que regresen
al hogar todos los que se han hecho atrás presentes
aquí esta noche y que lo hagan hoy mismo.
Di
como dijo el pródigo: «Me levantaré e
iré a mi padre» y yo, bajo la autoridad de Dios,
te digo que Él te recibirá, borrará
todos tus pecados y te restaurará a su amor y
volverás a andar a la luz de su rostro después
de la reconciliación. |