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Bethania
Santiago Canclini
 

Juan 11:1-6. La aldea de Bethania tiene para los hijos del Reino de Dios un simbólico y profundo significado.

Bethania significa lugar de refugio para el cansado Maestro, en medio de las agotadoras, y muchas veces turbulentas tareas de su ministerio; significa amistad, amistad lista al sacrificio en pro del ser amado; significa comunión espiritual. Bethania es todo un símbolo de ese reino espiritual en el cual la fe sencilla y la piedad sin ostentación encuentra oportunidad de expresarse; símbolo de un ministerio sagrado que rehuye el ceremonialismo del Templo y se refugia al calor del hogar de una familia amada.

Bethania significa todo eso porque amaba Jesús ti Marta y a su hermana y a Lázaro. Nombres queridos, cuyo recuerdo despierta dulces y agradables emociones. Hermanos mayores en la fe que tuvisteis el privilegio de tenerle bajo vuestro techo, servirle en la mesa para reponer sus energías físicas y ofrecerle un rincón de solaz para su espíritu. Placer inmenso tiene que haber sido para vosotros el poder servir al. que no vino para ser servido y alcanzar el vaso de agua fría a Aquél que, a través de los siglos, habría de agradecerlo a quien lo hiciera con alguno de los pequeñitos que creyeran en ÉL Su "a mí lo hicisteis", fue literal para vosotros. Pero, ¡oh, Marta, María y Lázaro! no queriendo ofender vuestra memoria, insistimos en recordar el secreto de vuestra acción y de vuestro amor: "amaba Jesús. . .

Eso, que fue cierto en los días fáciles, lo fue asimismo en los difíciles. De allí que, al enfermar Lázaro, enviaron, pues, sus hermanas a él diciendo: Señor, he aquí el que amas está enfermo. Mensaje en el cual trasunta la sencillez confiada del amor. Nada de ruegos ni de desesperados gemidos. El enfermo es "el que amas" y la confianza en ese amor inalterable y permanente hace innecesario aun un simple pedido de ayuda. No es precisamente en el amor de Lázaro sino en el de Jesús, que está basada la seguridad del auxilio oportuno en aquella tribulación. Grupo admirable, sin duda, el de aquella familia, mas todo el brillo y la luz del bien y de la misericordia emana de Él.

Además, no hay que olvidar las causas que habían hecho alejar a Jesús de Judea: "Y procuraban otra vez prenderle; mas Él se salió de sus manos y volvióse tras el Jordán". Su vuelta podría significar muchos peligros y aun, la muerte. Por eso las hermanas de Bethania dejan que Él juzgue lo que debe hacer: Que su amor le dicte la resolución a tomar en tal difícil trance. Y no se equivocaron.

De inmediato el Maestro vio brillar el sol a través de las nubes que lo cubrían circunstancialmente. ]Por eso, oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, mas para gloria de Dios para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Empero, obrando de manera distinta a lo que la humana sabiduría y prudencia hubiera aconsejado, como oyó pues, que estaba enfermo, quedóse aun dos días en aquel lugar donde estaba.

Él sabía lo que hacía.

¿Habría muerto Lázaro durante el viaje del enviado a Jesús? Un día del viaje del mensajero, más dos días de espera de Jesús, más el día de viaje hacia Bethania, hacen los cuatro días de la muerte de Lázaro.

JESÚS Y LOS APÓSTOLES

Juan 11:7.16

Cuánto peligro corremos al juzgar los acontecimientos, en nuestra limitada capacidad de apreciación, por las circunstancias inmediatas que los rodean. ¡Cuántas equivocaciones, cuántas amarguras innecesarias y cuánta ingratitud hacia Dios evitaríamos si sólo aprendiéramos a confiar en é1 y en su amor!

Los mismos apóstoles debieron aprender esta lección.- Llegado el momento oportuno dijo a los discípulos: Vamos otra vez a Judea. Esta resolución despertó dudas y temores en el ánimo de los doce, quienes procuraron disuadirle de realizar tan arriesgado cuán atrevido viaje: Rabbí, ahora procuraban los judíos apedrearse ¿y otra vez vas allá?

Expresión egoísta de humana prudencia que va a chocar con la altruista decisión del divino amor. ¿De qué lado revelarán los resultados finales que estaba la correcta actitud? Mientras tanto respondió Jesús: ¿No tiene el día doce horas? El que anduviera de día no tropieza porque ve la luz de este mundo; más el que anduviera de noche tropieza porque no hay luz en él.

Estaban al comienzo de un bello día y sus horas de luz debían ser aprovechadas para marchar, para marchar hacia Bethania donde corazones afligidos le esperaban, donde una amistad grande y pura le reclamaba, donde tenía una obra que cumplir.

De la misma manera que el que viaja a la luz del día no teme tropezar, tampoco debe temerlo el que viaja a la luz del Altísimo, cumpliendo su voluntad y realizando sus propósitos.

Este era su espíritu de obediencia y de consagración: "Conviéneme obrar entre tanto que el día dura, la noche viene cuando nadie puede obrar".

Tratándose del cumplimiento de su misión, y de hacer bien, no hubo peligro que detuviera al bendito Jesús. En Bethania le necesitan y allá irá. ¿No marcha, acaso, a la luz de la voluntad del Padre? Y cuando haya llegado su hora, guiado por ese mismo espíritu, afrontará la cruz y derramará en ella su sangre para salvar a los hombres.

1 procurar Jesús hacer entender a sus discípulos cuál es la obra que va a realizar, diciéndoles: Lázaro nuestro amigo duerme; mas voy a despertarle del sueño, ellos procuraron entonces mostrarle la inutilidad del viaje.

"Arriesgarse es peligroso, pero arriesgarse inútilmente... oh, Maestro, ¿no ves que es innecesario? "El razonamiento de los discípulos parecía lógico y quizá, humanamente, lo era, mas ello no detiene ni cambia la verdad sustancial de los hechos.

La situación es peor aún de lo que vosotros entendéis, les aclara entonces Jesús: Lázaro es muerto. Sin embargo, huélgome que yo no haya estado allí para que creáis: mas vamos a él. A pesar de todo, la luz de la gloria de Dios brilla al final del camino; Jesús la ve y quiere que sus discípulos puedan también contemplarla.

No hay nada que hacer. Después de todo, ellos le aman y, por lo tanto, le obedecerán. Irán con Jesús.

Dijo entonces Tomás, el que se dice el Dídimo, a sus condiscípulos: Vamos también nosotros. Vamos, mas ¿para qué?: para que muramos con él.

Ya que está decidido ir al peligro, no le abandonemos; si lo han de matar a Él que nos maten también a nosotros ¡Qué final triste, qué cuadro de muerte, veía Tomás al final del camino!

Y así se inicia la marcha: Jesús al frente, con el corazón ardiendo de amor, seguro que el Padre ya le ha escuchado, pues marcha a su luz y glorifica a su nombre. Detrás los cabizbajos discípulos marchan en cauteloso silencio, ensombrecidos sus corazones por la penumbra de la inseguridad, provocada por su falta de fe. ¡Qué amargas horas para Tomás! Al fin y al cabo, él amaba al Maestro e iba dispuesto a morir por Él, mas ¿no era evitable aquel sacrificio al parecer inútil?

¡Oh duda ponzoñosa que incesantemente trabajas en nosotros e intoxicas nuestra alma llenándonos de amargos y falsos presentimientos de derrota y de muerte, aun cuando la Vida marcha a nuestro frente y nos guía! ¡Perdónanos, Señor, cuando en circunstancias parecidas no alcanzamos a ver el final del camino, ni confiamos enteramente, como debiéramos hacerlo, en Aquél que nos amó y por quien Tú siempre nos das la victoria!

JESÚS Y MARTA

Juan 11:17-27

Como para confirmar a Tomás en su pesimismo, al llegar Jesús a Bethania, en auxilio de Lázaro, halló que hacía cuatro días que estaba muerto. Era la comprobación del fracaso. ¿No habían tenido razón al procurar convencer al Maestro de la inutilidad del viaje?

La proximidad de Jerusalem, de quince estadios -tres kilómetros- hizo posible que muchos de los judíos hubieran ido a visitar a Marta y a María con el propósito de consolarlas de su hermano. Sin embargo, esa misma publicidad dada al hecho hacía más trágico el triste desenlace, y tanto más cuanto entre esos judíos había gran número de enemigos declarados de Jesús ¿Con qué, silenciosa - ironía reprocharían su tardanza y la impotencia de la fe en Él que Marta y María, sin duda, no esconderían! ¡Todo estaba perdido!

¿Todo? No. Lo que iba a perderse era la falta de fe que aun había en el corazón de los apóstoles y la incredulidad de una parte de aquellos visitantes, pues muchos terminarían ese día creyendo también en Jesús.

Entonces Marta, de carácter activo y decidido, como oyó que Jesús venía, salid a encontrarle, mas María, de carácter meditativo y sentimental, se estuvo en casa. Era, la primera, la que en otra ocasión "se distraía en muchos servicios" y, la segunda, la que "sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra".

¿Fueron una queja o un reproche las palabras con las cuales Marta recibió a Jesús? Ninguna de las dos cosas. Ni aun el dolor ofuscó tanto como para ello la mente de aquella mujer enérgica: "Si hubieras estado aquí mi hermano no fuera muerto, pues Tú lo hubieras levantado de su lecho de enfermedad". Por el mensajero que había enviado, sabía que a la hora que éste había llegado a Jesús, Lázaro ya había expirado.

Su fe alcanzaba para creer en el restablecimiento de su hermano enfermo y mas aun, por eso agregó: mas también sé que todo lo que pidieres de Dios, te dará Dios.

¿Qué había en la mente de Marta? ¿Qué esperaba que Jesús pidiese al Padre? No había, acaso, Él resucitado a otros dos muertos? ¿Era aquél un pedido indirecto y vacilante? Pero ¿tenía derecho a esperar y a pedir tanto?

El hecho es que Jesús aprovecha esa expresión para llevarla, paso a paso, a una fe más vigorosa y firme en Él, pues sin especificar a qué resurrección se refería, dícele Jesús:

-Resucitará tu hermano.

-"¿Qué quieres decir? Yo sé que resucitará en la resurrección del día postrero. ¿Para sólo entonces hay esperanza? ¿A qué resurrección te refieres, Señor?"

-"Piensa Marta: no es lo más importante que tú creas en la resurrección en un día lejano. Hay algo aquí, en lo que tú necesitas creer ahora y ante todo: Yo soy la resurrección y la vida. Es en mi que debes creer plenamente pues, el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá."

Lo fundamental es estar en Jesús. La vida eterna no depende tanto de un portento exterior, presente o futuro, de resurrección, sino del contacto por medio de la fe con el Hijo de Dios, fuente de la vida.

Agregó más Jesús: Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá eternamente, pues "el que en mí cree tiene vida eterna". Y, porque es eterna el tiempo no cuenta, así como no cuenta para Aquél que es el mismo ayer, hoy y por los siglos. El que cree en Él, está libre del poder de la muerte, ya que aun el morir es vivir en Jesús. "Así que o que vivamos o que muramos, del Señor somos."

Llevada Marta a este terreno, Jesús le hace la pregunta personal y fundamental: ¿Crees esto?

Y ella, que no se atreve a una declaración de fe doctrinaria en esas cosas tan grandes y difíciles, no duda, no vacila, en cambio, en confesar su fe en Él: Sí, Señor, yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que has venido al mundo.

¡Creía en Él!

A ese terreno quiso llevarla Jesús y allí Marta no falló. Su confesión sencilla pero ferviente era la expresión de la confianza necesaria. Él lo es y lo puede todo. Cuántas veces creemos en su doctrina - pero no confiamos en Él; tenemos la verdad pero nos falta la vida. ¡Definiciones teológicas que no tienen más valor que el de epitafios que señalan el lugar en que yace una ortodoxia, quizá exacta, pero exenta de vida!

 

JESÚS Y MARÍA

Juan 11:28-37

Evidentemente, por indicación de Jesús, Marta volvió a su casa y llamó en secreto a María. Jesús deseaba prepararla para lo que iba a acontecer, igual como lo había hecho con su hermana. as palabras con que Marta lo hizo, son de aquéllas que, sacadas del contexto, siguen siendo ciertas para cada hombre y para cada mujer:

El Maestro está aquí y te llama.

¿No está, acaso, siempre allí o aquí donde tú y donde yo estamos? ¿Dónde podríamos ir para huir de su divina presencia? Fiel a su promesa para los que son suyos y constante en su búsqueda de los que aún le rehuyen, Él sigue nuestros pasos: "está aquí" ¿No sientes el influjo de su espíritu?

"Y te llama"; te llama para salvarte si aún, vives en el pecado; te llama para fortalecerse en la prueba; te llama para enseñarte el camino del servicio y del sacrificio a favor de otros. Que tu respuesta sea tan inmediata como fue la de María:

Ella como oyó, levantase prestamente y viene a E1.

La actitud contemplativo y el carácter místico que se revela en María no la redujeron, sin embargo, a la inercia. Aunque sus palabras, al encontrarse con Jesús fueron similares a las de Marta, hubo tres diferencias:

Como vino donde estaba Jesús, viéndole, derribóse a sus pies, cosa que Marta, más dueña de sí misma y más medida en sus manifestaciones exteriores no había hecho. Y le dijo igual que su hermana: Señor, si hubieras estado aquí no fuera muerto mí hermano. Expresó así su dolor pero le faltó la frase de esperanza que Marta había agregado. Su misma sensibilidad oscureció momentáneamente su pensamiento y cortó su palabra. Finalmente, Jesús la vid llorando, lo que tampoco se dice de su hermana: era el dolor que brotaba de sus ojos al abrirse de nuevo la herida, en su primer encuentro con el Maestro amado, después de la desgracia.

Jesús es justo para con todos. Él la trata de acuerdo a lo que es y a. lo que necesita. Teniendo en cuenta su naturaleza, no procura razonar, como lo hizo con Marta, acerca de la resurrección, sino que simpatizando con ella llega al mismo resultado por otro camino: por el del corazón.

Jesús penetró hondamente en aquel drama: como la vio llorando y a los judíos que habían venido justamente con ella llorando, se conmovió en espíritu y turbóse. Pocas veces hace notar el Evangelio sacudidas tan grandes en el ánimo del Maestro que fueran observables para los que le rodeaban. Aquellas lágrimas eran causadas por el dolor, y todo dolor, al fin y al cabo, no es sino un resultado del pecado, cuyo señor y dueño es el mismo Satanás. La muerte de Lázaro era Una de las manifestaciones de su poder. ¿No iba Jesús a afrontarlo y a destruir parte de su obra en aquel momento?

La presencia de muchos de aquellos judíos enemigos, cuyos ojos lagrimeaban pero cuyo corazón estaba lejos de Él, y quienes encontrarían en lo que iba a realizar un motivo para acentuar la persecución, produjo en el Maestro la misma reacción que cuando reveló en Judas al traidor que le entregaría.

No ignoraba que el precio de su acción a favor de Lázaro significaba el primer paso decisivo hacia su prisión y su muerte.

Mas no por eso vacila en lo que ha de hacer. Y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Dícenle: Señor, ven y ve. Y se encaminaron hacia el sepulcro.

Y lloró Jesús.

Lloró con lágrimas tranquilas y silenciosas que naciendo de la profundidad de su ser divinamente equilibrado, rebalsaron hasta humedecer sus ojos y caer como diamantes por sus mejillas.

Lloró con lágrimas de una amistad inquebrantable, que le había hecho afrontar los peligros para acudir al auxilio del que amaba con amor más fuerte que la muerte.

Lloró con lágrimas que le identificaban por Completo con los que sufrían y le hacían sentir como propias las angustias de las otros.

Lloró con lágrimas de consuelo que, al compartir el dolor, alivian las cargas de los que las derraman.

Lloró con lágrimas humanamente comprensivas que reemplazaron todo hiriente e inútil reproche.

Lloró Jesús, el Maestro de los Maestros, a quien las generaciones futuras habrían de reconocer como el más bueno y el más grande de los hombres.

Lloró Jesús, el Salvador, a quien los redimidos habrían de proclamar su Dueño y Señor por toda la eternidad.

Al anonadarse a sí mismo tomando forma de hombre, se cansó, sufrió sed, padeció hambre, pero nada de ello expresó en forma más elocuente su humillación real como lo hicieran sus lágrimas. Él, que pronunció la bienaventuranza para los que lloran, también lloró, pero fueron las suyas lágrimas redentoras, precursoras de las otras, no derramadas, pero amargas como la hiel, del Gethsemaní y del Calvario.

Qué consuelo siente el alma creyente cuando el dolor le aprieta y las lágrimas se escapan, saber que Él también lloró cuando estuvo en la tierra y que ahora, en los cielos, no solamente comprende sus lágrimas sino que es poderoso para socorrerle. En Cristo Jesús, el dolor que provoca lágrimas es por adelantado, dolor comprendido, dolor redimido, dolor transformado en la energía que produce el gozo y la victoria del que llega ser capaz de gloriarse aun en las tribulaciones.

 

JESÚS Y LÁZARO

Juan 11:38-44

Los comentarios que provocaron sus lágrimas entre aquellos que le rodeaban, hicieron que Jesús se conmoviera nuevamente en espíritu, mas esos comentarios no le detuvieron en su marcha, ya que vino al sepulcro. Era éste, una cueva la cual tenía una piedra encima.

Se acerca el momento solemne. Allí está la Vida frente a la Muerte; aquélla absorverá a ésta. Jesús está frente a Lázaro pero hay un obstáculo que lo separa y el Salvador ordena eliminar diciendo: Quitad la piedra.

Detrás de ella estaban los restos del que había sido el ser amado. La confusión mental que se estaba apoderando, sin duda, de todos, invadió a Marta. ¡Qué ansiedad habrá golpeado su pecho al pensar en el cuadro desagradable que se presentaría a los ojos de Jesús! De allí sin duda su reflexión: Señor, hiede ya, que es de cuatro días.

Y Jesús, que había estado conduciéndola a través de la espesura del bosque de la tribulación, le pide un esfuerzo más, un paso de fe hacia adelante, recordándole su promesa anterior: ¿No te he dicho que si creyeres, verás la gloria de Dios?,

Allí, donde la humana flaqueza piensa en la derrota y ve la descomposición y el cuadro macabro con hedor a muerte, Él, en un divino proceso inverso, ve el triunfo radiante de la vida: un momento más y podrá contemplarse el panorama sin igual de una valle profusamente iluminado por la gloria del Padre.

Entonces quitaron la piedra de donde el muerto había sido puesto. Y Jesús alzando los ojos arriba oró. Abajo, en la tierra, estaba el llanto, la flaqueza, el dolor y la muerte. Arriba, a través del azul sereno del cielo, estaba el poder, estaba la faz del Padre. Hacia allá Mira y hacia allá habla: Padre, gracias te doy porque me has oído. Que yo sé que siempre me oyes; mas por causa de la compañía que está alrededor, lo dije, para que crean que Tú me has enviado.

Y de esa manera, con confiado lenguaje filial, da gracias por el milagro que la fe contempla ya realizado.

¡Esa sería una prueba más a favor de su divino ministerio! Al igual que en aquella ocasión en que Ellas oró sobre el monte Carmelo por fuego para el holocausto, Dios manifestarla Su gloria y respondería a Su Siervo, pero a diferencia de aquel hecho histórico, Jesús confiaba en la respuesta del Padre no para mandar matar luego a los sacerdotes, sino con el deseo de salvarles: para, que crean.

Y habiendo dicho estas cosas clamó a gran voz: Lázaro ven fuera. Y al conjuro de aquella voz potente, el que había estado muerto, salió atadas las manos y los pies con vendas; y su rostro estaba envuelto en un sudario. A su sola palabra la muerte cedió, ante los ojos asombrados de los que presenciaron aquel portento de gracia.

Jesús, sin embargo, mantiene la calma, y les dice: desatadle y dejadle ir. Cada uno a su tarea. El había hecho lo que le era exclusivo. Ellos debían hacer su pequeña parte. La dignidad con que Jesús obra es admirable, mas no es, sin duda, la dignidad aparatosa del que teme humillarse por efectuar un servicio manual, pues Él ha dé lavar los pies a sus discípulos cuando llegue la hora. Sin embargo, ha de dejar lugar, también, a la cooperación propia de aquéllos a quienes bendice.

EPÍLOGO

Juan 11:45-57

Aparte de los resultados directos de aquel milagro, el hecho tuvo otras consecuencias. Helas aquí:

Muchos de los judíos que habían venido a Ma7-ía y habían visto lo que había sido hecho por Jesús, creyeron en. Él. Sin embargo no fue así con todos, pues algunos de ellos fueron a los fariseos y dijéronles lo que Jesús había hecho. Eso dio lugar a la reunión del Concilio que resolvió su condena y muerte. Así que desde aquel día consultaron juntos para matarle.

Jesús no ignoraba esos resultados adversos para su seguridad personal: era su ofrenda amorosa en el altar de la amistad y del servicio.

Tampoco eran esos los resultados finales. La muerte de Jesús, que aquellos hechos aceleraba, era en los planes divinos, la mayor de todas las victorias registradas en los anales de la humanidad. El comentario de Juan a aquellas palabras de Caifás, nos conviene que un hombre muera por el pueblo, son la expresión de la más grande verdad evangélica: que Jesús había de morir por la nación y no solamente por aquella nación, mas también para que se juntasen en uno los hijos de Dios que estaban derramados.

Muerte por medio de la cual hallaríamos el perdón y la reconciliación con Dios. Muerte redentora y expiatorio que sería la única esperanza para el pecador arrepentido.

Muerte por medio de la cual "Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores". Muerte por la cual fue "herido por nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados". Muerte por la cual fue "el castigo de nuestra paz sobre Él y por su llaga fuimos nosotros curados".

Ese Jesús, que así dejó su huella profunda a su paso por Bethania, ese mismo Jesús que murió en la cruz para redimirnos, vive y ama hoy como en los días de su carne.

Él puede y quiere salvar, dar vida. Él está dispuesto a consolarnos en la tristeza, a fortalecernos en la debilidad, a darnos la victoria en la tentación. Sin embargo ¿por qué muchos no- se salvan y por que muchos ya salvados no disfrutan del gozo completo y de la vida abundante y radiante del espíritu a que están llamados?

Es que, de la misma manera que en esta ocasión en que Jesús estuvo frente a la tumba de Lázaro, hay algo que los separa del Salvador: la piedra. Para que el Maestro obre es necesario también ahora quitar la piedra que impide que su gracia sobreabunde.

Quitad, pues, la piedra de vuestra indiferencia o de vuestra incredulidad y, depositando vuestra fe en Él como único Salvador, obtened vida eterna.

Quitad la piedra del pecado que impide la obra santificadora de su espíritu y Él os purificará con la sangre que limpia de toda mancha.

Quitad la piedra de la inercia que os impide la colaboración y la actividad en su reino y Él os dará sus dones y utilizará vuestras fuerzas.

Quitad la piedra de la mundanalidad, del egoísmo y de la vanidad que impide tener el gozo radiante del espíritu y Él os dará la plenitud de su gracia.

Quitad todo lo que os impide encontramos realmente frente a Él, entregaos sin reserva y podreis repetir aquellas palabras apostólicas: "Con Cristo estoy juntamente crucificado y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí, y todo, lo que vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó asimismo por mí".

 

 

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