«Mientras estaban éstos celebrando
el culto del Señor, y ayunando, dijo el Espíritu
Santo: Apartadme a Bemabé y a Saulo para la obra
a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado,
les impusieron las manos y los despidieron. Ellos, entonces,
enviados por el Espíritu Santo, descendieron a
Seleuci, y de allí navegaron a Chipre» (Hechos
13:2-4).
Así que el Espíritu Santo
llamó a Benabé y a Saulo, y de esta manera
llama a los hombres hoy día. Esto es, si ellos
escuchan, si ellos están quietos delante de El,
si se han colocado a su disposición y son dirigidos
por Él. Bernabé y Saulo, como veis, estaban
sirviendo al Señor; estaban orando y ayunando.
El mundo había sido apartado, cerrado fuera.
Estaban esperando para poder conocer la mentalidad del
Espíritu. Cuando los hijos de Dios adoptan esta
actitud, el Espíritu Santo puede darles a conocer
su voluntad y llamar a aquellos a quien Dios escoge.
Pero nosotros estamos muy ocupados. Hay mucha prisa y
precipitación. No hemos aprendido nunca la importancia
de estar quietos delante de El. El no puede conseguir
que le escuchemos. No nos es posible oír su voz.
Por ello, pensamos que estamos haciendo la voluntad de
Dios, esperamos que nuestro plan sea el suyo, y vamos
por nuestra cuenta y fallamos. Sin embargo, durante este
tiempo el bendito Espíritu Santo, una persona con
poder para escoger, hablar y enviar, que debería
ser reconocido como Soberano y Guía de nuestras
vidas, está esperando, anhelando, deseoso de damos
a conocer el plan de Dios para nuestro ministerio. Pero
nosotros no escuchamos.
¡Qué actividad desarrollaba el Espíritu
Santo en los días de la iglesia primitiva! Pero
esto era gracias a que se le daba el lugar debido y se
le reconocía como una Persona al frente de la obra.
¡Qué inactivo parece hoy! Y ello es debido a que
ha sido desairado e ignorado. Los planes del hombre tienen
preferencia sobre los suyos. El programa del hombre es
el que sale adelante. El yo ha usurpado su lugar. Por
ello, Él ya no puede decidir y llamar, equipar
y enviar' Pero, amados, Él está dispuesto,
y ésta es todavía su obra. Él nos
conoce a todos por nuestro nombre. ¡Oh, si cediéramos
ante Él, si le obedeciéramos y lleváramos
a cabo el programa de Dios!
¡Qué avivamiento se seguiría! ¡Cómo
brotarían las iglesias! Por todas partes se salvarían
almas. El Evangelio del poder de Dios para salvación
se manifestaría por todas partes. Los santos serían
establecidos y edificados en la fe. Y todo porque el Espíritu
Santo sería reconocido y sus órdenes obedecidas.
Gracias a Dios esto es posible todavía. Él
está buscando hombres, hombres que se rindan a
la obediencia implícita. Y cuando Él halla
a un hombre que quietamente espera hasta recibir sus órdenes,
que escucha sólo su voz, que quiere ser guiado
sólo por el Espíritu Santo, que escucha
su llamada y se pone en marcha a sus órdenes, ¡ah!,
entonces hay bendiciones de veras.
«Entonces el Espíritu dijo a Felipe: Acércate
y júntate a ese carro. Y Felipe se acercó
corriendo» (Hechos 8:29, 30).
El Espíritu habla de nuevo, porque Él está
en el mando, y tiene un siervo obediente y dispuesto por
medio del cual puede hacer su obra. Naturalmente, El podría
haberla hecho de mil maneras distintas. Pero Él
escoge a los hombres, equipa a los hombres y usa a los
hombres. No usa medios, sino hombres. No programas, sino
hombres. No organizaciones, sino hombres. No movimientos,
sino hombres. No maquinaria, sino hombres. No comités
y juntas, sino hombres enseñados por el Espíritu,
guiados por el Espíritu llenos del Espíritu.
Así escoge a Felipe, le aparta de un gran avivamiento
en que humanamente hablando era en extremo necesario,
y le envía a la soledad del desierto. Con todo,
Felipe no hace preguntas; no dice: «¿Por qué estoy
aquí? ¿Qué tengo que hacer en este lugar?
¿No estaría mejor en Samaria ayudando a los hermanos
allí?» No, simplemente confía en su Guía,
porque él sabe, que el Espíritu Santo no
se equivoca nunca.
Naturalmente, en el desierto hay carros que pasan de
vez en cuando, pero ¿qué son en comparación
con las grandes multitudes que ha abandonado? Pero Felipe,
siempre dependiendo del Espíritu, ora y comienza
a preguntar a Dios si tiene algo que hacer en relación
con estos carros. Como vemos, está dispuesto a
ser guiado. Pero los carros siguen pasando y Dios se mantiene
en silencio. De repente aparece un carro con un solo ocupante,
un negro. Y como un destello súbito el Espíritu
le dice: «Ve, acércate a ese carro y júntate
a él.» No a los otros, fíjate bien, sólo
a «ése». ¡Ah!, Dios sabe las cosas mejor que el
obrero, y sólo Dios conoce, también, quiénes
son los que van a responder: los que están hambrientos.
Dios no pierde el tiempo, no hace equivocaciones.
«Y Felipe corre.» ¡Oh, qué ansioso estaba! ¡Cómo
se deleitaba en hacer cumplir las órdenes de su
Señor! El Espíritu le habla y él
corre. ¡Qué perfecta cooperación! ¿Ves ahora
por qué Dios no usa a todos de la misma manera?
¿Quién está hoy de puntillas esperando,
dispuesto, sí, ansioso de lanzarse a cumplir las
órdenes del Espíritu? ¿Echamos a correr
para obedece0 ¿O bien nos quejamos y murmuramos acerca
de nuestra tarea? Felipe corrió. ¿Qué hacemos
nosotros? Nuestro privilegio es todavía ser guiados
directamente por el Espíritu Santo. Nosotros, también,
podemos oír su voz. Pero ¿obedecemos?
Este personaje negro estaba preparado. El Espíritu
lo había visto. Estaba incluso leyendo el libro
de Isaías, especialmente el pasaje que se refiere
a Cristo. Todo había sido calculado al segundo.
El Espíritu preparó al etíope, y
entonces tenía preparado también a Felipe.
Esto es, ¡como un general en jefe! Y así Felipe
halló un corazón hambriento y ganó
un alma para Cristo. Luego siguió su camino gozoso,
y todo porque el Espíritu tenía un hombre
del cual podía fiarse. Y las cosas son iguales
hoy día.
«El Espíritu Santo les impidió hablar la
palabra en Asia;... intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu
de Jesús no se lo permitió... Pasa a Macedonia
y ayúdanos» (Hechos 16:6, 7, 9).
¡Ah!, aquí tenemos otra clase de guía,
¿no es verdad? Se trata de órdenes prohibitorias
del Espíritu Santo. Es muy distinto cuando el rey
o soberano de un país prohibe algo, de cuando el
que lo prohibe es el Espíritu Santo. No hay situación
que no le sea familiar. No hay país que le sea
desconocido. El ha previsto las dificultades y problemas.
El Espíritu Santo nunca se queda sorprendido. Por
ello, si Él prohibe algo, hay buenas razones para
hacerlo. Nosotros no sabemos por qué, pero es bastante
que Él, nuestro líder, nos barra el paso.
Él tiene otro propósito que a su debido
tiempo aclarará.
Pablo decide llevar el Evangelio al Asia. El Espíritu
se lo prohibe. Entonces él se esfuerza para ir
a Bitinia, y el Espíritu Santo le intercepta el
camino. Así pues, no sabe lo que va a hacer. Pero
la noche decide la cuestión. Tiene una visión,
y oye una llamada: «Pasa a Macedonia y ayúdanos.»
La puerta está abierta y él se dirige allí.
Era la dirección del Espíritu y todo fue
a pedir de boca.
¡Oh amados, no desmayemos cuando se cierran las puertas!
Porque si estamos en la voluntad de Dios, Él va
a abrir las puertas, quitar los cerrojos y dejarte entrar,
o bien Él va a mantener el camino cerrado y más
adelante te guiará en otra dirección. Ora
y espera. No te impacientes ni te quejes. El Espíritu
conoce el propósito de Dios. Tú le has recibido;
Él es tu guía, y nunca se equivoca. La visión
aparecerá finalmente. «Aunque tarde, espera.» «El
que cree no se apresura.» Confía en la oscuridad.
Dios tiene interés. Él nunca se olvida de
algo.
¡Qué bien recuerdo haber pasado por la experiencia
de la puerta cerrada! ¡Qué bien cerrada me parecía
a mí! No conseguía abrirla con ningún
esfuerzo. Así que esperé orando. Me invitaban
desde otras esferas de servicio, algunas muy atractivas,
pero yo no hacía caso. Dios sabía muy bien
que iba a abrirme la puerta. Pero seguía cerrada.
Él me tuvo a prueba durante dos años. Sabía
que yo necesitaba pasar por el horno de la aflicción
y quería darme un entrenamiento más profundo
para su obra. Y así mantuvo la puerta cerrada hasta
que finalmente sonó su hora. Llegó el momento.
Y en la forma más natural del mundo, sin esfuerzo
alguno por mi parte, se abrió la puerta y entré.
Amado, ¿por qué no le dejas a Él que te
guíe? ¿Por qué no reconoces al Espíritu
Santo? ¿Por qué no cesas de hacer equivocaciones
y desviarte del camino? Nadie puede tomar su lugar. Él
y sólo Él puede ser tu guía. Así
que confiesa tu negligencia y a partir de ahora honra
al Espíritu Santo, que es el único que puede
guiarte bien.