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Fe para el avivamiento
Oswald Smith
 

“Por la fe cayeron los muros de Jericó.”  Y en la obra de avivamiento uno de los prerrequisitos indispensables es una fe viva y vital. ”Al que cree, todas las cosas son posibles.”

El hombre utilizado por el Señor oirá al cielo. Dios le dará una promesa. No las promesas generales de la Palabra que se aplican a tantos de sus hijos, sino un mensaje definido, inconfundible, dirigido a su propio corazón. 

Alguna promesa familiar, podría ser, le alcanzará de una manera tan personal que sabrá que Dios ha hablado. De ahí, si voy a emprender una nueva obra para Dios, debería primero de hacerme la siguiente pregunta: ¿He recibido una promesa? ¿Ha hablado Dios? 

Fue tal seguridad divina que capacitó a los profetas de antaño a ir a la gente y anunciar:”Así ha dicho el Señor.” Y a nos ser que Él nos haya comisionado de la misma manera, mejor que permanezcamos sobre nuestros rostros en oración, no sea que Él diga; “No envíe yo aquellos profetas, pero corrían.”

Pero cuando un hombre ha oído la voz de Dios, entonces, “aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará”. Y, a pesar de que puedan transcurrir años, el Señor cumplirá Su Palabra. 

¡Y cuán grande el gozo de oír y de reconocer aquella voz! ¡Qué aliento! ¡Qué fe! ¡Cómo salta el corazón por dentro! Entonces no hay dudas. Ni suposiciones ni indecisiones después de ello. Durante días, quizá durante semana, ha habido una ferviente búsqueda de la voluntad del Dios. 

Entonces, por Su Palabra, o por Su Espíritu Santo, se recibe un mensaje de Él, y todo es perfecto descanso en él. No que aquello se haya ya llevado a cabo ni que las expectativas se hayan cumplido; sino que Dios ha hablado, y que después de ello ya no puede haber más dudas.

“Él lo Hará”. Vi, en días ya pasados, una visión de una gran obra en la ciudad de Toronto, y oré acerca de ello a fin de poder conocer la mente de Señor. Un día, por fin, El habló. Sí, y una segunda vez vino su Palabra alentadora. Fui esperando, esperando en oración y fe, sabiendo que ciertamente El iba a hacer aquello. 

Tres años pasaron, años de pruebas terribles. Sin Su promesa yo hubiera quedado abatido, mis esperanzas esparcidas por los vientos, pero Dios ha hablado, y yo no tenía más que orar: “Haz como has dicho que harás”. Finalmente, cuando tres años enteros habían pasado, Él estableció la obra de la que había hablado.

Se cuenta de un incidente en un lugar llamado Filey (Inglaterra), en los primeros días del metodismo, a la que se había enviado predicador tras predicador, pero sin fruto alguno. 

Aquella ciudad era una fortaleza del poder satánico, y cada uno de ellos había sido sacado de allí, hasta que al final se decidió dejarlo por imposible. 

Pero justo antes de que se decidiera esto, el ahora famoso John Oxtoby, o “Johnny  Oración” como se llamaba, rogó a los asistentes en la conferencia bíblica que le enviará, y que así la gente de allí tuviera aún una oportunidad. 

Consintieron, y unos pocos días después John emprendía viaje. Por el camino una persona que le conocía le preguntó a donde iba. “A Filey ---fue la réplica--- donde el Señor va a avisar Su obra.” 

Al ir llegando cerca de la localidad, al subir la colina entre Muston y Filey,  de repente surgió la vista de la ciudad ante él. Tan intensos eran sus sentimientos que cayó sobre sus rodillas bajo un seto y luchó y lloró y oró por el éxito de su misión. 

Se nos ha dicho que un molinero, que estaba al otro lado del seto, oyó una voz y se detuvo asombrado para escuchar, cuando oyó a Johnny decir: “¡No debes de hacerme quedar como un necio! 

Les dije en Bridlinton que tú ibas a avivar Tu obra, y debes avivar Tu obra, o jamás podré mostrar ante ellos mi rostro de nuevo, y entonces, ¿qué le diré a la gente en cuanto a orar y creer?” 

Continuó rogando durante varias horas. La lucha fue larga y dura, pero él no cejaba. Hizo de su misma debilidad e ineficacia un punto de petición. Al fin, las nubes se dispersaron, la gloria llenó su alma, y se levantó exclamando: “Hecho está, Señor. Hecho está. ¡Filey ha sido tomada! ¡Filey ha sido tomada!” 

Y tomada fue, con todo lo que estaba en ella, y sin dudas sobre ello. Acabado de salir de delante del Trono de la Gracia entró en la localidad, y empezó a cantar en la calle: “Volveos al Señor para salvación”, etc. Un grupo de fornidos pescadores se reunieron para escuchar. 

Un poder desacostumbrado ungió su predica, pecadores endurecidos lloraban, hombres fuertes temblaban, y mientras que él oraba una docena de ellos cayeron sobre sus rodillas, clamando por misericordia y hallándola. 

Bien, ¿sabemos ahora qué es lo que es ofrecer la oración de fe? ¿Hemos orado así alguna vez? 

“Conocí a un padre ---escribe Charles g. Finney--- que era un buen hombre, pero que tenía una postura errónea acerca de la oración de fe; y todos sus hijos estaban creciendo sin que ninguno de ellos se convirtiera. Al cabo de un tiempo su hijo enfermó, y parecía a punto de morir. 

El padre oró, pero el hijo se puso peor, y parecía hundirse en la tumba sin esperanza alguna. El padre oró hasta que su angustia se hizo inexpresable. Al fin fue y oró (no parecía haber ninguna perspectiva de que su hijo pudiera sobrevivir) de manera que derramó su alma como no aceptando una negativa, hasta que por fin consiguió una seguridad de que su hijo no solamente viviría, sino que, además, se convertiría; y no solamente éste, sino que toda su familia se convertiría a Dios.

Entró en la casa y le dijo a su familia que su hijo no moriría. Se quedaron atónitos ante su afirmación. “Os digo ---les afirmó--- que no morirá. Y ningún hijo mío morirá en sus pecados.” Los hijos de aquel hombre se convirtieron todos hace años”. 

“Una vez un clérigo me relató acerca de un avivamiento entre su gente que comenzó con una mujer llena de devoción y de celo en la iglesia. Entró en ansiedad por los pecadores, y se dio a orar por ellos; orando, su angustia aumentó; y al final fue al ministro, y habló con él, pidiéndole que convocara una reunión para personas ansiosas, porque ella creía que se necesitaba. 

El ministro se lo negó, porque no creía que fuera necesario. La siguiente semana, ella volvió, y le rogó que convocara aquella reunión. Sabía que alguien iría, porque sentía como si Dios fuera a derramar Su Espíritu. De nuevo el ministro se lo negó. Finalmente, ella le dijo: “Si no convoca la reunión, moriré, porque con toda certeza va ha haber un avivamiento.” 

El siguiente sábado él convocó una reunión y dijo que si habían aquellos que deseaban conversar con él acerca de la salvación de sus almas, que él se encontraría con ellos aquella noche. Él no sabía de ninguno, pero cuando fue a aquel lugar se encontró, con gran asombro, una gran cantidad de ansiosos indagadores.” ---Charles G. Finney. 

“El primer rayo de luz que lanzó su destello en la medianoche que descansaba sobre las iglesias de Oneida Coutry, en el otoño de 1825, fue de una mujer en débil salud que, creo yo, nunca había estado en ningún poderoso avivamiento. 

Su alma entró en preocupación por los pecadores. Entró en agonía por la tierra. No sabía qué era lo que le pasaba, pero continuó orando y orando, hasta que parecía como si su agonía fuera a destruir su cuerpo.

Al final se llenó de gozo, y exclamó: ¡Dios Ha venido! ¡Dios ha venido! Es indudable, la obra ha empezado, y va por toda la región.”  Y desde luego, la obra empezó, y su familia se convirtió entera, y la obra se esparció por toda aquella parte del país.”  ---Charles G. Finney. 

Así, éste es el secreto ---la fe, la fe de Hebreos 11, la fe de Dios, Su don, basado en Su Palabra, directa al corazón de su siervo. Tal fe moverá montañas, y conseguirá lo imposible. No la fe presuntuosa que cree sin la evidencia del Espíritu, que no cuesta nada, y que cuando el tiempo transcurre y no sucede nada rápidamente se desvanece; sino la fe de Dios, nacida en la agonía de la oración prevaleciente y del traja del alma. 

Esta fe se levantará por encima de las tormentas del desaliento y de la adversidad, triunfará sobre el tiempo, y continuará ardiendo brillantemente mientras que espera por el cumplimiento de su objetivo. ¡Tengamos una fe así hoy en día! 

La fe, la poderosa fe, la promesa ve y en Dios solo espera; no aprecia imposibilidades, y clama: “Esto se cumplirá”.

Tal cosa sobrepuja mi comprensión toda; pero fiel es mi Señor; no tropezaré en la incredulidad, pues, Dios su Palabra ha dado.

Dame esta poderosa fe que en vano puede pedir; que te mantiene y no te dejará ir, hasta que obtenga mi petición.

Oswald J. Smith  
Libro: pasión por las almas
Editorial: Portavoz

 

 

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