Todo cristiano tiene el Espíritu
Santo puesto que le reviste.«Si alguno no tiene el Espíritu
de Cristo, el tal no es de él» (Romanos 8:9). Si
has sido regenerado, Él está en ti.
El nuevo
nacimiento es la obra del Espíritu Santo. Tú
has nacido del Espíritu y das testimonio con tu
espíritu de que eres hijo de Dios. Por ello puedes
decir: Abba, Padre, porque el Espíritu mismo reside
en ti.
Pero, ¿eres lleno del Espíritu?
¿Está Él en control de tu vida? ¿Reina por
dentro? Dios dice: «Sed llenos del Espíritu» (Efesios
5:18). Esta orden fue dada a una de las iglesias más
espirituales. Por ello hay una inmensa diferencia entre
poseer el Espíritu Santo y ser lleno del Espíritu.
Supongamos, por ejemplo, que compras
una casa. En vez de conseguir todas las llaves a la vez,
sólo te dan una o dos. Tienes manera de entrar,
por ejemplo, en la sala solamente. Ahora bien, la casa
es tuya. Tú eres el dueño. Te pertenece
a ti y sólo a ti, pero sólo puedes entrar
en una habitación, y por tanto vives en ella. Las
otras puertas están todas cerradas con llave. Tú
estás en tu casa, pero sólo ocupas una habitación.
No tienes posesión de toda la casa, en absoluto.
Esto es lo que ocurre con el Espíritu
Santo. Tú le perteneces y Él está
en tu vida. Vive en ella. Pero se halla sólo en
el umbral de tu vida. No ha tomado posesión completa,
y todo porque tú no le has dado las otras llaves.
Por ello, tiene que quedarse, como si dijéramos,
en la sala. No puede ir más allá. No porque
no esté dentro, sino porque tú no le dejas
pasar más adelante. Las otras habitaciones de tu
corazón están cerradas para Él. Él
nunca te ha poseído. Tú no eres lleno por
Él.
¿Y por qué? Bien, quizá
porque nadie te ha enseñado otra cosa. 0 posiblemente
porque hay cosas en las otras habitaciones de tu corazón
que tú no quieres que Él las vea. Prefieres
vivir tu propia vida. Por lo que se refiere a la sala
tú estás contento de tenerle allí.
Ésta es tu vida pública. Pero las otras
habitaciones son privadas. Y hay estantes tras las puertas
que a ti te da verguenza que El los escudriñe.
Hay cosas en tu vida que no estás dispuesto a entregarle.
Por ello están cerradas.
Ahora bien, para volver a nuestra ilustración,
llega un día en que te dan todas las llaves y por
fin puedes entrar en todas las habitaciones. Por primera
vez estás realmente en control. Cada habitación
está abierta y puedes ir adonde quieres. Puedes
poner los muebles en el orden que quieras según
tu gusto. Empiezas limpiando la casa. Y, ¡cuánto
polvo, cuánto trajín!, porque sin duda hay
mucho revuelo. Pero, finalmente, cada habitación
está limpia y la casa es habitable. Ahora estás
en posesión completa.
Lo mismo ocurre con el Espíritu
Santo. Llega un día en tu vida en que le das todas
las llaves y le pides que entre en cada una de las habitaciones.
Puede tratarse de alguna gran convención espiritual,
o bien por la lectura de un libro, o como resultado de
una tragedia súbita que te acerca a Dios. Sea como
sea, tiene lugar una crisis y tú cedes. Las puertas
son abiertas una tras otra, y El examina cada habitación
y empieza al instante a poner las cosas en orden. Todo
lo desagradable desaparece. Sólo queda lo que;
Él aprueba. Los pecados que no podías dominar
son ahora vencidos, porque Él está al mando.
Así te llena. Pero ¿habrá alguna manifestación,
preguntas, alguna demostración o agitación
especial? Todo depende de la condición que encuentre.
Si Él ha sido mantenido en el umbral durante mucho
tiempo, y tú le cedes las llaves de súbito,
entonces algo es probable que ocurra cuando Él
tome posesión. 0 si tú has permitido que
se acumule mucho polvo, si los estantes tras las puertas
están repletos de cosas que son desagradables a
Dios, y si tiene lugar alguna limpieza general, entonces
por necesidad habrá mucho revuelo. El polvo revoloteará
por todas partes. Y hasta que la casa haya sido limpiada
a conciencia y todo esté en su lugar, habrá
trastornos que nunca serán olvidados.
Pero si, por otra parte, tú ya
le has ido cediendo varias habitaciones y retienes sólo
una o dos, quizá, como ocurrió con F. B.
Meyer y Charles Wood, Él ocupará el territorio
nuevo quietamente. En otras palabras, si tú has
andado en la luz y se ha tratado más de falta de
instrucción que de otra cosa, entonces puede llegar
como la lluvia sosegada, y la única manifestación
será una paz más profunda, una comprensión
más rica y plena de su presencia.
¿Habrá una segunda obra de gracia?
No, no una segunda obra de gracia, pero sí una
segunda experiencia, y probablemente muchas más,
porque las bendiciones de Dios son innumerables. John
E. Wesley nos dice que él examinó a más
de 2.000 convertidos y halló que la mayoría
de ellos podían testificar de dos experiencias
distintas. Dice que descubrió que había
entre 90 y 100 que habían sido indudablemente santificados
o llenos del Espíritu, pero que sólo podían
recordar una. El hecho era que habían andado con
Dios desde el momento de su conversión. Nunca se
habían echado atrás. Habiendo oído
sobre la plenitud del Espíritu desde el principio
y habiéndose entregado tanto a Cristo como al Espíritu
Santo al mismo tiempo, fueron salvos, santificados y llenados
por el Espíritu antes de levantarse de sus rodillas,
y habían andado en la luz desde aquel momento.
Esto, dice Wesley, es la verdadera experiencia
espiritual. La santificación debería seguir
tan de cerca a la conversión que las dos experiencias
parecieran una. ¿Y por qué no? ¿Es el plan de Dios
que hayamos de peregrinar cuarenta años en el desierto?
¿O quiere Él que partamos de Egipto y nos dirijamos
directamente a Canaán? ¿Por qué hemos de
detenemos en el camino? ¿Por qué hemos de ir dando
vueltas? ¿No es Él capaz de llevamos directamente?
Con toda seguridad.
Los hijos de Israel fallaron. Por ello,
recordaban dos experiencias distintas: el mar Rojo y el
río Jordán. Y estas experiencias se hallaban
separadas por un período de cuarenta años.
En tanto que podían haber ocurrido a unas dos semanas
la una de la otra, y luego nunca habrían recordado
el tiempo intermedio. La una debía haberse seguido
inmediatamente a la otra. Y lo mismo podemos decir de
nosotros. Desde el día de nuestra conversión
deberíamos vivir vidas llenas del Espíritu,
santificadas, victoriosas. Pero, ¡oh, cuán pocos
lo hacen! Para la mayoría está la experiencia
del desierto entre las otras dos, un período de
echarse atrás e ir de un sitio a otro, años
perdidos.
Con todo, incluso ahora, gracias a Dios, podemos volver
a avanzar. Oh, pues, apresurémonos hacia Cades
Bamea otra vez. Crucemos ahora mismo el Jordán
y entremos en la tierra. Cedamos al Espíritu Santo,
entreguémosle todas las llaves y démosle
posesión. Y podemos estar seguros, amados, que
no habrá espera, no habrá dilación.
Tan pronto como se crea un vacío el aire se lanza
para llenarlo. Y «cuánto más» es la Palabra
de Dios con respecto al Espíritu Santo. Está
mucho más dispuesta a llenar de lo que estás
dispuesto tú. Nunca ha hecho esperar a nadie. Eres
tú el que le has hecho esperar. La única
dilación necesaria, por lo que se refiere a Él,
será el tiempo que tú tardes en ceder y
obedecer. Si has de esperar será porque no has
entregado las llaves.
La vida llena del Espíritu es
el ideal de Dios para todo creyente. Él quiere
tener posesión de ti, y en el momento que tú
le cedas el territorio, Él lo ocupará. Cuando
tú estés dispuesto Él entrará.
Porque Él nunca está satisfecho hasta que
está en el mando. Si tú ya le has dejado
hacerse cargo de tu vida espiritual, entonces déjale
ordenar tu vida social, tu vida doméstica, tu vida
de negocios, todo el hombre en todas sus relaciones, espíritu,
alma y cuerpo. Porque de esta manera, y sólo así,
puedes ser lleno del Espíritu.