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El derramamiento del Espíritu Santo 2
Oswald Smith
 

Os he traído a la mente tres incidentes históricos del derramamiento del Espíritu Santo. Se podrían citar cientos de otros. Pero éstos son suficientes para mostrar qué es lo que quiero decir.

Y esto es lo que en a actualidad necesitamos, más que ninguna otra cosa. Cuando recuerdo cómo derramamientos así han tenido lugar en China, en la India, en Corea, en África, en Inglaterra, en Gales, en Estados Unidos, en las Islas del Pacífico, y en muchos otros lugares excepto el Canadá, nuestro Dominio, nuestro amado país, que nunca a lo largo de toda su historia ha experimentado un avivamiento nacional, mi corazón clama a Dios para que también dé una tal manifestación de Sí Mismo.

¿Lo necesitamos? ¡Escuchad! ¿Cuántas de nuestras iglesias se encuentran más que medio vacías domingo tras domingo? ¿Cuántas multitudes no hay que nunca entran en la casa de Dios? ¿Cuántas reuniones de oración a mitad de semana son prósperas y vivas? ¿Dónde se halla el hambre por las cosas espirituales?

Y en cuanto a la obra misionera -las tierras allende de los mares, tinieblas del paganismo¿qué estamos haciendo'> ¿Acaso el hecho de que multitudes estén pereciendo ahora mismo nos provoca jamás el más mínimo sentimiento de ansiedad? ¿Nos hemos vuelto egoístas?

¿Y qué de la enorme riqueza que Dios nos ha dado? Tomemos Estados Unidos como ejemplo, la nación más rica del mundo en el día de hoy, y con la mayor parte de su riqueza en manos de profesos cristianos. Y a pesar de esto, Estados Unidos gastó más en chiclé en un año que lo que gastaron en Misiones. ¿Cuántos cristianos le están dando a Dios aún tan sólo el diezmo de lo que Él les da a ellos?

Y ahora echemos un vistazo a algunos institutos y seminarios, tanto aquí como en el campo misionero, en los que se enseña la «alta crítica». Se nos dice que Jesús jamás obró ningún milagro, que nunca resucitó de los muertos, que no nació de una virgen, que no murió como nuestro Sustituto, y que no vendrá otra vez.

¿Cuántos profesos cristianos están viviendo la vida de Cristo delante de los hombres? ¡Oh, cómo nos estamos volviendo como el mundo! ¡Cuán poca oposición hallamos! ¿Dónde están las persecuciones que caían sobre la Iglesia Primitiva? ¡Cuán fácil es ser cristiano en la actualidad!

¿Y qué hay acerca del ministerio? ¿Acaso el ministro atrae, convierte, y salva mediante su mensaje? ¿Cuántas almas son ganadas mediante la predicación de la Palabra de Dios? ¡Ah, amigos míos, estamos abrumados de actividades eclesiales, mientras que la verdadera tarea de la Iglesia, la de evangelizar el mundo y ganar a los perdidos, queda casi completamente olvidada.

¿A dónde se halla la convicción de pecado que acostumbrábamos testificar? ¿Es acaso una cosa del pasado? Miren (a una de las reuniones de Finney. ¡Ah, si pudiéramos repetirlo en la actualidad! El nos dice que, en una ocasión que estaba hablando en unas reuniones en Amberes (Bélgica), un hombre anciano le invitó a predicar en una pequeña escuela cerca de donde él vivía.

Cuando él llegó, el lugar se hallaba tan repleto, que apenas encontró lugar para ponerse al lado de la puerta. Habló por largo rato. Al fin empezó a hacerles llegar el mensaje de que eran una comunidad impía; porque no tenían reuniones en su distrito. De repente todos fueron azotados por la convicción.

El Espíritu de Dios cayó como un torbellino sobre ellos. Uno a uno cayeron sobre sus rodillas, o postrados sobre el suelo, clamando por misericordia. En dos minutos todos estaban así, y el señor Finney tuvo que cesar la predicación porque se hallaba incapaz de hacerse oír.

Por fin consiguió captar la atención del anciano que estaba sentado en el centro de la estancia y, mirando alrededor suyo de asombro en asombro, le gritó a todo pulmón que orara. Entonces, persona a persona, les fue señalando a Jesús. El anciano tomó el cargo de la reunión mientras que él se fue a otra.

Toda la noche continuó esta reunión, tan profunda era la convicción de pecado. Los resultados fueron permanentes, y uno de los jóvenes conversos vino a ser un ministro muy eficaz del evangelio.

Ah, sí, los hombres han olvidado a Dios. El pecado florece por todos lados. Y el púlpito no cumple con su misión. Y no conozco de nada menos que un derramamiento del Espíritu de Dios que pueda dar salida a esta situación. Un avivamiento así ha transformado docenas y cientos de comunidades: puede transformar a las nuestras.

 

 

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