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Cuando viene el Espíritu Santo
Oswald Smith
 

«Y cuando Él venga» (Juan 16: S). Áh, sí, «cuando Él venga». No alguna influencia poderosa, no una visión estática, no un sueño, una luz extraña, supranatural, sino una Persona, «Él». Una y otra vez se halla esta afirmación en el Nuevo Testamento, y siempre es la misma: «Cuando Él venga.»

Bien, ya ha venido. Vino en el día de Pentecostés. Y. vino a ti cuando fuiste salvo. Pero no es reconocido. Vives incluso para Dios, pero al Espíritu no le has honrado. Nunca te has dado cuenta de quién es, lo que quiere y de tu relación con Él. Has orado pidiendo su poder, te has gozado en sus dones, te has regocijado en su manifestación, has buscado su bautismo y unción, has hablado de su plenitud, pero nunca, nunca en la vida le has reconocido a El.

¿Qué clase de devoción o cortesía es ésta? ¿Tratarías a un invitado de esta manera? ¿Te extrañas de que esté apenado y contristado? Durante todo este tiempo le has desairado. Ni una sola vez en medio del goce de tus experiencias has hecho una pausa y le has reconocido. El hecho es que has estado tan ocupado con sus dones, que te has olvidado del Dador mismo. Y como el Espíritu Santo es prudente, nunca se ha impuesto para que le reconozcas, sino que ha esperado en silencio el tiempo en que estés menos ocupado con tus experiencias, de modo que puedas prestarle algo de atención.

¡Oh, sé lo que estás diciendo y lo que millares en el mundo están diciendo hoy! Estás diciendo que has estado «buscando el bautismo» del Espíritu Santo, quizá, durante meses y aun años. ¡Pobre alma ilusa! ¿Quién te dijo que lo buscaras? «Pero», replicas, «Jesús mismo enseñó esta experiencia.» «Seréis bautizados con el Espíritu Santo.» Éstas fueron sus mismas palabras. Admitido. Pero, ¿dijo Jesús alguna vez que «buscaras» el bautismo? «¿Por qué, pues, los discípulos esperaron, tal como les había mandado Él?», preguntas. Pues por la razón simple y evidente de que el Espíritu Santo no había venido aún. La dispensación del Espíritu no comenzó hasta Pentecostés. Y hasta su llegada oficial no podía hacerse otra cosa.

Pero, amado, el Espíritu vino. Has oído, ¡vino! Vino El mismo, la tercera persona de la Trinidad; vino oficialmente, como ya he dicho, en el día de Pentecostés, y ahora, ¡alabado sea Dios!, está aquí. Sí, Él está en su iglesia, y nosotros somos sus templos. No hay que esperar hasta después de Pentecostés. ¿Cómo podría ser así? Ha llegado. Es verdad que Jesús dijo: «Seréis bautizados con el Espíritu Santo.» Pero Jesús estaba simplemente anunciando un hecho, un suceso. Nunca dio ni aun a entender a sus creyentes que hubiera de «buscar» una experiencia semejante, nunca, nunca.

Un tipo de experiencia siempre acarrea división, pugna y separación. El Espíritu nunca lo hace. Él une. La razón por la que el cuerpo de Cristo ha sido dividido tanto es que sus miembros han luchado sobre el «ello» en vez de obedecerle a «Él». No puede haber división cuando el Espíritu Santo es honrado y ensalzado. Pero el magnificar sus manifestaciones es invitar al desastre. Obedezcámosle a todo coste.

«Recibiréis poder», dice Jesús. De nuevo anuncia un hecho. Pero nunca dice que tengamos que «buscar» poder. Él dijo a sus discípulos que esperaran hasta ser revestidos, pero de nuevo, como con el bautismo, debido a que el Espíritu Santo no había llegado oficialmente. Y en Hechos Jesús realmente dice: «Recibiréis el poder del Espíritu Santo.» Así que el poder, después de todo, es el del Espíritu Santo mismo.

Una vez más permitáseme indicar que no hay que esperar hasta después de Pentecostés, excepto el orar pidiendo osadía en el testimonio y señales y prodigios como resultado de la proclamación de la Palabra. Nosotros no somos depósitos. Nosotros no tenemos poder. Él es nuestro poder. Sí, Él mismo es el poder.

Como ves, El quiere guardarte. El sabe que tú estás continuamente descarriándote y saliendo de la esfera de su voluntad. Estás haciendo continuas equivocaciones y errores. Tus planes y programas cambian según sopla el viento. Y Él quiere consolidarte, establecerte y decirte cuál es el camino que has de seguir. ¿Por qué no le dejas? Él quiere hacer de ti un cristiano que dé fruto. Tú has trabajado de firme, has laborado fielmente; toda la noche has bregado sin pescar nada. Y, oh, ¡cuánto has orado! Pero estás decepcionado. Los resultados no han sido lo que esperabas.

Ahora permíteme que te pregunte con franqueza: ¿Qué me dices del Espíritu Santo? ¿No es El el que ha de redarguir? ¿No puede Él tratar con el corazón? Él no va a permitir que recibas el crédito, que dependas de ti mismo o de otros, y de esta manera le quites la obra de las manos. ¡Oh, sé que lo haces sin querer! Pero hasta ahora no le has dado el lugar que le corresponde, no has honrado su ministerio, no le has dejado hacer lo que vino a hacer, y hasta que todo esto cambie no obtendrás los resultados que deseas.

¿Qué es lo que vas a hacer? Pues, simplemente, confesar tu fracaso, lamentar lo que le has hecho, tu falta de reconocimiento, y pedirle humildemente perdón. Luego, con simple fe, tal como has pedido a Jesucristo que sea tu Salvador, le pedirás al Espíritu Santo, que es también una persona, que se haga cargo completo de tu vida. Háblale como a una persona. Reconócele como tal. Y atrévete a confiar en Él. Y luego todo será distinto. Todo adquirirá un carácter y un color nuevos. La vida no volverá a ser nunca la misma.

«Y cuando Él venga». Bien, entonces ¿qué? «Él redargüirá al mundo de pecado.» En otras palabras, su venida a ti va a convencer de pecado a otros. «Y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice el Señor Jehová, cuando yo sea santificado en vosotros delante de sus ojos» (Ezequiel 36:23). ¡Qué responsabilidad! Pensar que la obra de Dios entre los demás depende de su obra en nosotros.

Con todo, siempre es así. La iglesia ferviente en poder espiritual es la iglesia que atrae a los pecadores. Enciende un fuego y la gente viene a calentarse. Nadie quiere una nevera, una congeladora. Así que si los pecadores no acuden, no son atraídos, es porque el fuego se ha apagado. Es el creyente lleno del Espíritu el que Dios usa para alcanzar a los demás. El Espíritu Santo vino a los discípulos y en aquel mismo día fueron redargüidas unas tres mil almas. ¡Oh, qué obra «cuando Él venga!»! De nuevo: «Cuando Él venga... Él me glorificará ... ; El dará testimonio de mí» (Juan 16:14; 15:26).

Además, «Él no hablará de sí mismo» (Juan 16:13). Su objetivo es magnificar a Cristo. No habla de las bendiciones que imparte, sino que exalta al Señor Jesús. Así Él une a todos en Cristo. Pero hay muchos que no quieren esto. Insisten en hablar sobre sus manifestaciones, las bendiciones y experiencias que reciben, los dones que imparte el Espíritu. De ahí la división y las contiendas, las separaciones y celos engendrados. ¡Porque el hablar de experiencias sólo es dividir, el hablar de El es unir! Los que le reconocen no hablan de sus dones, sino que ensalzan al Señor a quien Él ensalza. Es «Todo en Jesús y Jesús en todo.» Con el Dr. A.B. Simpson, cantan

«Un tiempo era la bendición, ahora es el Señor; Un tiempo el sentimiento, ahora es su Palabra; Un tiempo queríamos los dones, ahora al Dador; Un tiempo buscábamos sanidades, ahora a Él mismo.»

 

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