«Y cuando Él venga» (Juan 16:
S). Áh, sí, «cuando Él venga». No alguna
influencia poderosa, no una visión estática, no
un sueño, una luz extraña, supranatural, sino
una Persona, «Él». Una y otra vez se halla esta afirmación
en el Nuevo Testamento, y siempre es la misma: «Cuando Él
venga.»
Bien, ya ha venido. Vino en el día de
Pentecostés. Y. vino a ti cuando fuiste salvo. Pero no
es reconocido. Vives incluso para Dios, pero al Espíritu
no le has honrado. Nunca te has dado cuenta de quién
es, lo que quiere y de tu relación con Él. Has
orado pidiendo su poder, te has gozado en sus dones, te has
regocijado en su manifestación, has buscado su bautismo
y unción, has hablado de su plenitud, pero nunca, nunca
en la vida le has reconocido a El.
¿Qué clase de devoción o cortesía
es ésta? ¿Tratarías a un invitado de esta manera?
¿Te extrañas de que esté apenado y contristado?
Durante todo este tiempo le has desairado. Ni una sola vez en
medio del goce de tus experiencias has hecho una pausa y le
has reconocido. El hecho es que has estado tan ocupado con sus
dones, que te has olvidado del Dador mismo. Y como el Espíritu
Santo es prudente, nunca se ha impuesto para que le reconozcas,
sino que ha esperado en silencio el tiempo en que estés
menos ocupado con tus experiencias, de modo que puedas prestarle
algo de atención.
¡Oh, sé lo que estás diciendo
y lo que millares en el mundo están diciendo hoy! Estás
diciendo que has estado «buscando el bautismo» del Espíritu
Santo, quizá, durante meses y aun años. ¡Pobre
alma ilusa! ¿Quién te dijo que lo buscaras? «Pero», replicas,
«Jesús mismo enseñó esta experiencia.»
«Seréis bautizados con el Espíritu Santo.» Éstas
fueron sus mismas palabras. Admitido. Pero, ¿dijo Jesús
alguna vez que «buscaras» el bautismo? «¿Por qué, pues,
los discípulos esperaron, tal como les había mandado
Él?», preguntas. Pues por la razón simple y evidente
de que el Espíritu Santo no había venido aún.
La dispensación del Espíritu no comenzó
hasta Pentecostés. Y hasta su llegada oficial no podía
hacerse otra cosa.
Pero, amado, el Espíritu vino. Has oído,
¡vino! Vino El mismo, la tercera persona de la Trinidad; vino
oficialmente, como ya he dicho, en el día de Pentecostés,
y ahora, ¡alabado sea Dios!, está aquí. Sí,
Él está en su iglesia, y nosotros somos sus templos.
No hay que esperar hasta después de Pentecostés.
¿Cómo podría ser así? Ha llegado. Es verdad
que Jesús dijo: «Seréis bautizados con el Espíritu
Santo.» Pero Jesús estaba simplemente anunciando un hecho,
un suceso. Nunca dio ni aun a entender a sus creyentes que hubiera
de «buscar» una experiencia semejante, nunca, nunca.
Un tipo de experiencia siempre acarrea división,
pugna y separación. El Espíritu nunca lo hace.
Él une. La razón por la que el cuerpo de Cristo
ha sido dividido tanto es que sus miembros han luchado sobre
el «ello» en vez de obedecerle a «Él». No puede haber
división cuando el Espíritu Santo es honrado y
ensalzado. Pero el magnificar sus manifestaciones es invitar
al desastre. Obedezcámosle a todo coste.
«Recibiréis poder», dice Jesús.
De nuevo anuncia un hecho. Pero nunca dice que tengamos que
«buscar» poder. Él dijo a sus discípulos que esperaran
hasta ser revestidos, pero de nuevo, como con el bautismo, debido
a que el Espíritu Santo no había llegado oficialmente.
Y en Hechos Jesús realmente dice: «Recibiréis
el poder del Espíritu Santo.» Así que el poder,
después de todo, es el del Espíritu Santo mismo.
Una vez más permitáseme indicar
que no hay que esperar hasta después de Pentecostés,
excepto el orar pidiendo osadía en el testimonio y señales
y prodigios como resultado de la proclamación de la Palabra.
Nosotros no somos depósitos. Nosotros no tenemos poder.
Él es nuestro poder. Sí, Él mismo es el
poder.
Como ves, El quiere guardarte. El sabe que
tú estás continuamente descarriándote y
saliendo de la esfera de su voluntad. Estás haciendo
continuas equivocaciones y errores. Tus planes y programas cambian
según sopla el viento. Y Él quiere consolidarte,
establecerte y decirte cuál es el camino que has de seguir.
¿Por qué no le dejas? Él quiere hacer de ti un
cristiano que dé fruto. Tú has trabajado de firme,
has laborado fielmente; toda la noche has bregado sin pescar
nada. Y, oh, ¡cuánto has orado! Pero estás decepcionado.
Los resultados no han sido lo que esperabas.
Ahora permíteme que te pregunte con
franqueza: ¿Qué me dices del Espíritu Santo? ¿No
es El el que ha de redarguir? ¿No puede Él tratar con
el corazón? Él no va a permitir que recibas el
crédito, que dependas de ti mismo o de otros, y de esta
manera le quites la obra de las manos. ¡Oh, sé que lo
haces sin querer! Pero hasta ahora no le has dado el lugar que
le corresponde, no has honrado su ministerio, no le has dejado
hacer lo que vino a hacer, y hasta que todo esto cambie no obtendrás
los resultados que deseas.
¿Qué es lo que vas a hacer? Pues, simplemente,
confesar tu fracaso, lamentar lo que le has hecho, tu falta
de reconocimiento, y pedirle humildemente perdón. Luego,
con simple fe, tal como has pedido a Jesucristo que sea tu Salvador,
le pedirás al Espíritu Santo, que es también
una persona, que se haga cargo completo de tu vida. Háblale
como a una persona. Reconócele como tal. Y atrévete
a confiar en Él. Y luego todo será distinto. Todo
adquirirá un carácter y un color nuevos. La vida
no volverá a ser nunca la misma.
«Y cuando Él venga». Bien, entonces
¿qué? «Él redargüirá al mundo de pecado.»
En otras palabras, su venida a ti va a convencer de pecado a
otros. «Y sabrán las naciones que yo soy Jehová,
dice el Señor Jehová, cuando yo sea santificado
en vosotros delante de sus ojos» (Ezequiel 36:23). ¡Qué
responsabilidad! Pensar que la obra de Dios entre los demás
depende de su obra en nosotros.
Con todo, siempre es así.
La iglesia ferviente en poder espiritual es la iglesia que atrae
a los pecadores. Enciende un fuego y la gente viene a calentarse.
Nadie quiere una nevera, una congeladora. Así que si
los pecadores no acuden, no son atraídos, es porque el
fuego se ha apagado. Es el creyente lleno del Espíritu
el que Dios usa para alcanzar a los demás. El Espíritu
Santo vino a los discípulos y en aquel mismo día
fueron redargüidas unas tres mil almas. ¡Oh, qué
obra «cuando Él venga!»! De nuevo: «Cuando Él
venga... Él me glorificará ... ; El dará
testimonio de mí» (Juan 16:14; 15:26).
Además, «Él no hablará
de sí mismo» (Juan 16:13). Su objetivo es magnificar
a Cristo. No habla de las bendiciones que imparte, sino que
exalta al Señor Jesús. Así Él une
a todos en Cristo. Pero hay muchos que no quieren esto. Insisten
en hablar sobre sus manifestaciones, las bendiciones y experiencias
que reciben, los dones que imparte el Espíritu. De ahí
la división y las contiendas, las separaciones y celos
engendrados. ¡Porque el hablar de experiencias sólo es
dividir, el hablar de El es unir! Los que le reconocen no hablan
de sus dones, sino que ensalzan al Señor a quien Él
ensalza. Es «Todo en Jesús y Jesús en todo.» Con
el Dr. A.B. Simpson, cantan
«Un tiempo era la bendición, ahora
es el Señor; Un tiempo el sentimiento, ahora es
su Palabra; Un tiempo queríamos los dones, ahora
al Dador; Un tiempo buscábamos sanidades, ahora
a Él mismo.»