La tercera persona de la Trinidad es llamada «el Espíritu Santo». Y esto pone el énfasis precisamente donde le corresponde. Él es el Espíritu «Santo». Y tú también puedes ser santo: santo en pensamiento, santo en palabra y santo en hechos. Ah, sí, pero ¿cómo?, preguntas.

Te has presentado ante el altar una y otra vez. Cada vez has hecho nuevas promesas. Sin embargo, el pecado te ha seguido a pesar de tus intentos de desprenderte de él. Has sido bautizado en el Espíritu, dices, y has hablado en lenguas, y, con todo, no eres santo. El pecado no ha sido vencido.

Todavía eres un cristiano derrotado. Y te lamentas y gimes en tu esclavitud. Una y otra vez has profesado la santificación, y los esfuerzos, por duros que hayan sido, no han servido de nada. ¡Oh, qué desgraciado eres! ¡Qué experiencias tan descorazonadoras! ¿Hay algo mejor? ¿Tiene que ser siempre así? No, amigos, mil veces, no. Hay un modo de salir de esto.

Podéis ser santos. Dejadme que os muestre el secreto. Permitidme, ante todo, recordamos el nombre completo de la tercera persona de la Trinidad. ¿Cómo se llama? ¿El Espíritu? No. El Espíritu Santo. Dejádmelo decir de nuevo. Él es el Espíritu SANTO. Y quiere residir en vosotros. Entonces el que reside en vosotros es el Espíritu «Santo». !Ah!, entonces tienes al mismo Santo dentro, reinando, rigiendo, controlando. Y ¿no es Él, el Espíritu Santo, mejor mil veces que tu experiencia de santidad? ¿Qué más puedes desear?

Como ves, amado, no tienes santidad propia. No hay perfección en la carne. No son tus esfuerzos, tus luchas, tus promesas o tus resoluciones. No son tus lágrimas y oraciones. No son tus deseos y anhelos. ¡Ah, no! Es Dios el Espíritu «Santo», la tercera persona de la Trinidad. Y tú eres santo porque Él es santo. Porque el Santo reside en ti. En Él está la perfección. En ti, todo es imperfecto.

Es como las gotas de las lágrimas, que siempre están limpiando el ojo y manteniéndolo blanco y terso. El minero puede tener el rostro negro como el carbón, pero sus ojos están limpios. Y en tanto que haya lágrimas en el ojo nunca estará sucio. Y tú, aunque estás rodeado de pecado, impureza y corrupción, tú también estarás puro y limpio, santo e incontaminado, simplemente porque el Santo reside en ti. Nunca puedes jactarte, pues no tienes santidad. Él, el Espíritu Santo, es tu santidad. ¿Cómo lo hace?, preguntas.

Bien, esto ahora no importa mucho. Basta con que lo haga. Pero en Romanos se te revela el secreto. El Espíritu Santo es mencionado diecinueve veces en este maravilloso capítulo ocho, y una de ellas, según se afirma en el versículo dos, es «hacemos libres». «La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte.» ¡Aleluya!. Así que nos hace libres.

En otras palabras, simplemente corta las cuerdas. Rompe las cadenas. Hay ataduras innumerables que van de tu corazón hacia mil y un pecados, y tú estás siempre en esclavitud, eres un esclavo. Y son cuerdas recias; tan recias que tú no puedes romperlas, por mucho que te esfuerces. De ahí que seas derrotado. Están tirando continuamente. ¿No es así? ¿No las has notado? ¡Ah, sí, muchas veces!

Bien, pues, ahora cedes al Espíritu Santo. ¿Qué sucede? El Espíritu ve estas cuerdas. Sabe lo que hay en el otro extremo. Se da cuenta de tu impotencia. Y he aquí, se inclina y corta las cuerdas. Lo hace en un momento y tú quedas libre. Ya no sientes el antiguo tirón hacia el pecado. No entiendes el porqué. Pero el poder, el tirón de la antigua tentación ha desaparecido, y tú sabes que eres libre. ¡Alabado sea Dios!.

Entonces Él toma nuevas cuerdas, y las amarra a mil y una virtudes, y ahora empieza a tirar. Y he aquí, eres su esclavo. Ahora el tirón es hacia arriba, hacia Dios. Y tú no tienes que procurar ser bueno; lo eres, porque Él lo es. Este «procurar ser bueno» es una de las artimañas de Satanás. Dios no quiere que «procures ser bueno», que «procures» ser santo, que vuelvas una y otra vez la hoja y «procures ser mejor». ¡No! Simplemente quiere que aceptes su provisión, su plan Santo-, y no puedes por menos que ser bueno. Él pasa a ser tu santidad. Las antiguas cuerdas son cortadas y otras nuevas son atadas. ¡Aleluya!

Es como un barco anclado, que tira de su cable, vibrante por partir. El tirón es hacia adelante. Las velas están puestas, pero el viento no puede mover el barco porque el ancla lo retiene. De repente alguien suelta el cable, y de un golpe el barco se lanza hacia adelante, impulsado por la brisa, y navega raudo al cabo de poco tiempo. Se siente la libertad por todas partes. El viento es ahora el que rige. Ya no hay tirón hacia abajo. Estás libre. El cable no sujeta. Hay otro poder, el viento que tiene el mando.

¡Oh querido!, deja actuar al Espíritu Santo. Déjale que rija. Déjale que emprenda. Esto basta: Déjale. Él hará el resto. El cortará las amarras. El traerá la santidad. Deja al Santo que resida en toda su plenitud y todo irá bien.

Él mismo, Él mismo solo,

Bendito Paracleto divino,

Te invitó a ocupar tu trono

Dentro de mi corazón.

No son dones lo que ansío,

Ni aun sus bendiciones;

Es a Él mismo, es al Santo,

¡Que resida y reine en mí!

No es poder santificante,

Ni aun el gozo que da;

Es su persona, y que viva

En todo momento en mí.

Sólo Él da calma y sosiego,

Él somete mi pecado,

Las pasiones más violentas,

Y vence toda batalla.

Si Él controla no hay angustia,

No hay prisa, ansia ni congoja;

Llena dulcemente mi alma

Y soy muerto para el yo